El final de la Segunda Guerra Mundial trajo consigo la anhelada paz, pero también el conocimiento de hasta dónde habían llegado las atrocidades cometidas durante la contienda.

Los Aliados descubrieron con espanto que tanto en los campos de exterminio alemanes como en los de prisioneros que los japoneses tenían diseminados por todo el Pacífico, siniestros científicos habían utilizado a seres humanos como conejillos de Indias para llevar a cabo los más crueles experimentos. Un horror que superaba cualquier ficción.

El más célebre de estos carniceros fue el doctor Josef Mengele, el ángel de la muerte de Auschwitz. Mengele inyectaba en las venas en algunos casos directamente en el corazón de sus pacientes toda clase de sustancias, como fenoles, cloroformo, nafta o insecticidas. Mataba a los sujetos de sus experimentos para hacerles autopsias. A los menos afortunados les practicaba las autopsias vivos, conscientes y sin anestesia para estudiar los límites de resistencia a los traumas y el dolor en el ser humano. Uno de sus últimos experimentos consistió en provocar malformaciones embrionarias para crear monstruos humanos a voluntad.

Los experimentos de Mengele se cobraron hasta 60 víctimas diarias en los lóbregos barracones de los campos de concentración. Los gemelos eran su pasión. Intentaba coserlos y provocarles infecciones para comprobar cuál era el más resistente. En ocasiones inyectaba colorantes en las pupilas de los niños para convertir sus ojos azules en marrones. Uno de los experimentos más terroríficos era exponer a recién nacidos a lámparas de rayos ultravioleta y comprobar cuánto tardaban en morir.

El doctor Mengele pasó por derecho propio a encabezar la lista de los criminales de guerra más buscados. hasta que en 1985 se descubrió que había fallecido en Argentina en 1979. La Cruz Roja se vio forzada a admitir tras su muerte que había proporcionado un pasaporte a Mengele expedido a nombre de Helmut Gregor, un alias que el criminal usó en Argentina. Un documento de la CIA (Agencia Central de inteligencia estadounidense) confirmó que el médico de Auschwitz había estado visitando Paraguay al menos desde 1951 y había llevado una vida cómoda en Argentina hasta su muerte. En su larga huida hacia una injusta libertad llegó a pernoctar en España. Jamás fue juzgado por los horribles crímenes cometidos.

El peor de todos fue el japones Shiro Ishii, comandante de la Unidad 731, un centro secreto de experimentacion con armamento biologico donde miles de prisioneros fallecieron como consecuencia de crueles experimentos

Hubo muchos otros criminales de guerra, como el doctor Karl Vaernet, famoso por los experimentos que llevó a cabo en el campo de concentración de Buchenwald, donde, entre otras cosas, se dedicó durante una temporada a la castración de homosexuales para reemplazar sus testículos por bolas de metal. Nada más llegar a Argentina el homófobo doctor empezó a trabajar para el Ministerio de Sanidad y mantuvo una consulta en la bonaerense calle de Uriarte. Nunca pagó por los crímenes cometidos.

Pero el peor de todos, aunque no el más conocido, fue el japonés Shiro Ishii, comandante de la Unidad 731, un centro secreto de experimentación con armamento biológico donde miles de prisioneros chinos, ingleses, australianos y estadounidenses fallecieron como consecuencia de experimentos en los que se les administraron narcoticos

Los japoneses no se quedaron atras en materia de crimenes de guerra

se les inocularon enfermedades como el tifus y se les sometió a la acción de gases tóxicos, a la inmersión en agua helada y al encierro en cámaras de baja presión. Sus experimentos casi siempre tenían como resultado la muerte del sujeto tras una larga y dolorosa agonía.

Lo realmente increíble de esta historia es que buena parte de los criminales terminaron trabajando para las potencias aliadas tras la guerra, como el propio Shiro lshii, que se convirtió en uno de los principales responsables del programa de armamento biológico estadounidense, o el general Walter Emil Schreiber, que fue asignado a la Escuela de Medicina de la Fuerza Aérea en Randolph Field, Texas.

Más de 60 años después de la Segunda Guerra Mundial da la impresión de que sólo conocemos una pequeña parte, minúscula quizá, de aquel horror que jamás debió suceder, aquel infierno en la tierra provocado por unos demonios llamados doctores.

Lo increible es que bueno parte de los criminales terminaron trabajando para las potencias aliadas tras la guerra, como el propio Shiro Ishii, que paso a ser uno de los responsables del programa de armamento biologico estadounidense

Pero si terrible fue el infierno desatado por estos monstruos, no lo fue menos la actitud de quienes no dudaron en aprovecharse de ellos y de su trabajo. Tras la contienda, Estados Unidos se convirtió en tierra de asilo para algunos de los peores criminales de guerra que ha conocido la historia. La operación conocida con el nombre de Paperclip sirvió para otorgar ¡a ciudadanía estadounidense a científicos que habían experimentado con seres humanos en los campos de concentración nazis. Los atroces experimentos de los japoneses, que llegaron a practicar la disección a prisioneros en vivo, también fueron recompensados con este interesado perdón. Muchos de los conocimientos obtenidos con la sangre y el sufrimiento de inocentes sirvieron para que los estadounidenses desarrollaran un programa de armamento biológico. Mientras algunos nazis se sentaban en los banquillos de Nuremberg, otros con peores crímenes a sus espaldas eran reclutados en silencio para poder aprovechar sus conocimientos.