MISTERIOS OCULTOS (E)

El Learjet con destino a Yeddah
Casi todos los misterios pueden clasificarse en categorías definidas, como la de los OVNIs, los monstruos lacustres, los Bigfoot, o los traviesos poltergeists. Sin embargo, en ocasiones, ocurre alguna cosa tan extraña y chocante que establece una nueva categoría propia. Éste parece ser el caso de la desaparición -y descubrimiento- de un Learjet que se perdió sobre el desierto egipcio al sudoeste de El Cairo.

El reactor se presumió perdido el 11 de agosto de 1979, cuando salió de Atenas con destino a Yeddah, pero no llegó. Viajaban en él su propietario, el constructor de buques libanés Alí El-din alBahri, el experto sueco en petróleo Peter Seime, Theresa Drake y dos pilotos. El avión fue captado por varias pantallas de radar y se calculó que quedaba en sus depósitos carburante suficiente para cuatro horas de vuelo cuando los controladores de El Cairo perdieron contacto con él. No se oyó ninguna llamada de socorro.

Pero el Learjet nunca llegó a Yeddah. Las fuerzas aéreas egipcias y de Arabia Saudí realizaron una minuciosa búsqueda a lo largo de la ruta prevista del avión, pero no descubrieron el menor resto del aparato. La familia de Al-Bahri gastó otro millón y medio de dólares contratando a buscadores privados que llegaron hasta Kenya. Y el Learjet tampoco fue encontrado.

En cambio, en febrero de 1987, un equipo de arqueólogos tropezó con el avión perdido a 40 kilómetros al sudoeste de El Cairo. El fuselaje estaba intacto y no había señales de fuego, aunque una de las alas estaba a kilómetro y medio del lugar del accidente. Por lo visto, los beduinos habían encontrado el reactor un par de años antes y saqueado su interior.

A primera vista, no había restos humanos a bordo, pero una inspección más a fondo reveló unos huesos aplastados y casi pulverizados en el suelo del avión. El más grande de ellos dijo Tom, padre de Theresa Drake, «no era mayor que un dedo pulgar.»

El profesor Michael Day, osteólogo del Saint Thomas Hospital de Londres, opinó que lo huesos hubiesen debido estar casi intactos. «En ocho años -dijo Day-, ciertamente no habrían empezado a desintegrarse. Ni siquiera los animales salvajes habrían dejado unos fragmentos tan pequeños.»

Existe todavía el Holandés Errante
De todas las historias que se han escrito sobre el mar, ninguna tan fantástica como la de El Holandés Errante. La leyenda se funda en un bajel real capitaneado por un hábil pero jactancioso marinero llamado Hendrik Vanderdecken, un hombre de las Indias Orientales Holandesas que zarpó de Amsterdam con rumbo a Batavia, a la sazón puerto de las Indias Orientales Holandesas, en 1680. Aunque encargado por una compañía comercial de gobernar un barco de la misma y traer un cargamento completo, Vanderdecken estaba seguro de que podría traer también bastantes mercancías propias para hacerse rico.

Cuando el barco de Vanderdecken fue sorprendido por una tormenta tropical, probó, según la leyenda, todas las maniobras que conocía para hacer que el barco continuase su ruta. Lo más seguro habría sido esperar a que pasase la tormenta, pero, incitado por el reto del diablo en un sueño, decidió prescindir de las advertencias del Señor y tratar de rodear el Cabo con su embarcación. Ésta se hundió muy pronto, y murió toda la tripulación. Se dice que Vanderdecken fue castigado a gobernar su barco hasta el Día del Juicio Final.

Es una leyenda emocionante y romántica, pero muchos testigos juran que es algo más. En 1835, el capitán y la tripulación de un barco británico vieron un buque fantasma que se acercaba, en medio de una fuerte tormenta, con todas las velas desplegadas, y que desaparecía de pronto al acercarse peligrosamente. En 1881, marineros del barco británico H.M.S. Bacchante, dijeron que un miembro de la tripulación cayó del aparejo y se mató el día después de que otro guardiamarina viese la fantástica visión.

Una visión más reciente y sumamente difundida del Holandés se dice que ocurrió en marzo de 1939, en Glencairn Beach, África del Sur. El día siguiente, un periódico publicó la noticia de que docenas de bañistas habían observado el barco, dando detalles de la visión y observando que el buque llevaba todas las velas desplegadas y se movía con regularidad, a pesar de que no soplaba la menor ráfaga de viento.

Algunos científicos explicaron la visión del grupo como un espejismo. Pero los testigos protestaron diciendo que era muy difícil que hubiesen visto un barco de vela del siglo XVII con tanto detalle, ya que la mayoría de ellos nunca había visto la reproducción de uno de aquellos barcos. 

El cordero con dientes de oro
George Veripoulos, sacerdote ortodoxo griego que vivía en Atenas, recibió una sorpresa en 1985, cuando se sentó a la mesa para comer un plato de kefalaki, cabeza de cordero hervida. Se disponía a disfrutar con la comida que le había preparado su hermana, cuando advirtió algo extraño. En los dientes de abajo del cordero había oro.

El sacerdote llevó la cabeza a un joyero, el cual confirmó que había en los dientes oro por valor de unos 4.500 dólares. El sacerdote informó después de su extraño hallazgo a su cuñado Nicos Kotsovos, el cual examinó inmediatamente el resto del rebaño, en total cuatrocientos corderos. Ninguno de ellos tenía unos dientes parecidos. Se consultó a un veterinario local, pero también éste quedó desconcertado por los dientes de oro. Por fin, incluso se comunicó el extraño caso al Ministerio de Agricultura griego. Un portavoz veterinario del Ministerio dijo más tarde a los reporteros: «También hay oro en la mandíbula inferior. ¿Pueden ustedes explicarlo? Yo, no. Estoy completamente desconcertado.»

Todo el mundo estaba también desconcertado. Pero, en Atenas, los ganaderos locales empezaron a examinar con gran cuidado la boca de sus corderos.

El «Porsche» de James Dean
Aveces la cosa misma, una joya fabulosa o un barco fatal, parece llevar consigo una perpetua maldición. Otras veces, un personaje público puede verse inexplicablemente relacionado con un objeto particular, provocando la intervención del destino.

Éste pudo ser el caso del «Porsche» en el que el joven y legendario James Dean se estrelló y murió en 1955, poniendo un trágico fin a la que muchos consideraban la más brillante y prometedora carrera de Hollywood de todos los tiempos.

Fuera cual fuese su anterior historia, el «Porsche» pareció ser un objeto de mala suerte después de que muriese Dean detrás del volante. Después de la muerte de Dean, George Barris, entusiasta de los automóviles, fue el primero en comprar el «Porsche»; pero, al ser éste descargado del camión que lo transportaba, resbaló y fracturó una pierna del mecánico. Barris vendió el motor a un médico, corredor aficionado, que lo instaló en su coche. El coche se despistó durante una carrera y su dueño resultó muerto. Otro conductor sufrió lesiones en la misma carrera, al estrellarse su vehículo, que llevaba el eje de transmisión del «Porsche» de Dean.

La carrocería y el chasis del «Porsche» habían quedado tan destrozados en el accidente de Dean que fueron exhibidos en una campaña de seguridad en carretera. En Sacramento, se desprendió de su soporte y rompió la cadera de un adolescente. Después era trasladado a su próximo destino en un camión remolque cuando éste fue embestido por detrás por otro coche. El conductor de éste salió despedido y fue atropellado y muerto por el maldito «Porsche».
Otro corredor automovilista estuvo a punto de morir al usar dos neumáticos del fatal coche de Dean. Los dos neumáticos se reventaron al mismo tiempo. Mientras tanto, continuaron las desgracias en la gira de exhibición. En Oregón, falló el freno de emergencia y fue a chocar contra el escaparate de una tienda. Mientras lo montaban en unos soportes en Nueva Orleáns, se desintegró literalmente, rompiéndose en once pedazos.

El coche deportivo y la inherente maldición de Dean- desapareció cuando era transportado de nuevo a Los Ángeles en tren.

El abandono del Mary Celeste
Mientras navegaba por las aguas del este de las Azores, en diciembre de 1872, la tripulación del Dei Gratia avistó a un bergantín que se agitaba en el océano a media vela. Acercándose para investigar, identificaron que se trataba del Mary Celeste, cuyo capitán era amigo íntimo del capitán del Dei Gratia, David Morehouse. El barco estaba vacío, tras haber sido abandonado a toda prisa. Su capitán, Benjamin Briggs, su esposa, Sarah, su hija de dos años y la tripulación habían desaparecido, aunque el cargamento parecía encontrarse en orden. Desde que se halló al Mary Celeste, el caso fue presa de la leyenda y de los rumores, puesto que nadie fue jamás capaz de determinar lo que en realidad sucedió.

Las últimas notas del capitán, escritas en una pizarra, pero no entradas en el Diario de a bordo, indicaban que el 25 de noviembre el navío se encontraba a 370 millas náuticas al oeste de donde se le encontró. No había nada en el Diario de navegación que arrojara la menor luz sobre el destino de la familia Briggs y de la tripulación. El fiscal general de Gibraltar propuso al principio que la tripulación había abierto los barriles de alcohol comercial, se habrían emborrachado, matado a la familia Briggs y luego escapado en la lancha de salvamento. Pero esto resultaba improbable porque el alcohol del buque hubiera matado a todo aquel que lo bebiese. Sin embargo, otros sugirieron que el capitán había detectado un escape en el cargamento inflamable y abandonado a toda prisa la nave. O tal vez Briggs hubiese ordenado el abandono a causa de una tromba marina, un fenómeno que origina un cambio en la presión atmosférica que puede reventar las escotillas y forzar el agua de la sentina a penetrar en el barco, con el consiguiente hundimiento del buque.

Lo que sucedió a los pasajeros y a la tripulación del Mary Celeste continúa siendo un misterio náutico.

El abogado que presentó muy bien su causa
Thomas McGean era un matón local que, en 1871, se vio acusado de disparar y matar a un hombre en una riña tabernaria. Su abogado defensor, Clement Vallandigham, alegó que la víctima se había disparado contra sí misma cuando intentaba sacar su arma del bolsillo al tratar de levantarse mientras se encontraba en posición arrodillada. Una noche, Vallandigham se reunió con otros compañeros abogados defensores y demostró cómo habían ocurrido los hechos.

Antes, el abogado había metido dos pistolas en un escritorio, una descargada y otra cargada. Tras elegir por error la cargada, Vallandigham se la introdujo en el bolsillo del pantalón y la amartilló. Representó toda la escena como imaginaba que había sucedido. Pero al apretar el gatillo, se disparó contra sí mismo, exactamente como argumentaba que lo había hecho el hombre muerto. Vallandigham falleció doce horas después. Esta convincente reconstrucción de los hechos tuvo por resultado la correspondiente absolución de McGean.

El abobinable hombre de las nieves en una foto
El fotógrafo Anthony Wooldridge se hallaba en una misión en el Himalaya, por cuenta de la publicación británica Wildlife, cuando localizó un animal muy grande y peludo entre las nevadas pendientes. Naturalmente, Wooldridge había oído las leyendas acerca del yeti, el Abominable Hombre de las Nieves, que se afirma que vive en esta región montañosa. Sin embargo, constituyó una revelación para el fotógrafo el ver realmente a una criatura que sólo podía ser una bestia mitológica.

La criatura tenía una talla de, por lo menos, 1,80 m, cuenta Wooldridge, y «su cabeza era grande y todo el cuerpo parecía estar cubierto de pelo oscuro». Agradecido ante aquella oportunidad que sólo se presenta una vez en la vida, Wooldridge tomó varias fotos del yeti, antes de que se desvaneciese en las elevadas regiones himalayas.

Naturalmente, antes de que BBC Wildlife publicase las fotografías, los editores las sometieron a un profundo escrutinio por parte de dos expertos en yetis. Ambos hombres se mostraron de acuerdo en que la criatura era algo fuera de lo corriente, aunque diferían en sus opiniones acerca de qué era en realidad. En opinión de Robert Martin, del University College de Londres, la figura pudiera haber sido un «gran primate, aún sin documentar por parte de los zoólogos». Pero John Napier, experto en anatomía, y notorio escéptico, dejó perplejos a los editores al afirmar que estaba convencido de que aquella criatura de la foto era definitivamente humanoide, sin ser ni un oso ni un hombre.

El absorbedor de fuego
La exhibición de deambuladores sobre fuego en el palacio de verano, en Maisur, una ciudad del sur de la India, no era una ceremonia religiosa, según le explicó el maharajá a monseñor Despartures. Simplemente, se trataba de un espectáculo que el obispo de la Iglesia católica romana podría disfrutar. Además, el obispo llegó lo suficientemente temprano para observar los preparativos así como el acontecimiento en sí. Observó cómo cavaban una trinchera de diez metros de longitud, con una anchura de dos metros y una profundidad de 30 cm y vio cómo prendían fuego al pozo, que despedía tanto calor que los espectadores tuvieron que sentarse, por lo menos, a ocho metros de distancia.

Cuando todo estuvo preparado, el musulmán del norte de la India que había preparado el espectáculo se quedó de pie al borde de la trinchera, pero sin meterse en ella y llamó a uno de los criados de palacio, ordenándole que se introdujera en el llameante pozo.
Cuando el criado se negó a obedecer, el musulmán le forzó a meterse en el fuego. Mientras los espectadores miraban llenos de asombro, la expresión de horror del sirviente se convirtió con rapidez en otra de aliviada sorpresa. Aunque tenía las piernas y los pies sin protección, el hombre no estaba siendo quemado. Al ver que su colega seguía ileso, otros criados curiosos, uno a uno, se precipitaron en las llamas. Muy pronto, diez de ellos retozaban entre las ascuas, todos al parecer por completo inmunes al calor.

Los criados fueron seguidos en el fuego por la banda del maharajá.

-Las llamas que se alzaban hasta lamer sus rostros, rodearon diferentes partes de los instrumentos que llevaban, y sólo oscilaron en torno de las partituras musicales, sin quemar ninguna de ellas -informó más tarde el obispo.

Al final del espectáculo, unas doscientas personas, incluyendo a dos ingleses de visita, se habían metido en la trinchera, saliendo incólumes de ella. Sin embargo, cuando el maharajá se levantó para dar por concluido el número, el musulmán se cayó de repente al suelo, retorciéndose presa de terribles dolores. Suplicó que le diesen agua y se la bebió con ansia. Momentos después, había regresado a la normalidad. Un brahmán que se encontraba cerca de monseñor Despartures ofreció la única explicación para el increíble espectáculo, al decir:

-Ha tomado sobre sí todo el calor del fuego.

El alfiler de corbata con una perla 
Después del viejo y anticuado Monopolio, el tablero Ouija es probablemente uno de los juegos más populares del mundo. Aunque muchas personas no se toman en serio el tablero, hay quien afirma que, a veces, lleva a un contacto auténtico con el más allá.

Hester Travers-Smith era un médium británico experto en trabajar con el tablero. Uno de sus casos más famosos fue un incidente que compartió con Geraldine Cummins, irlandesa y también dotada médium. Estaban trabajando en Londres con el tablero, durante los terribles años de la Primera Guerra Mundial, cuando un primo de Cummins, recientemente muerto en Francia, tomó el control del tablero. Deletreó su nombre y después escribió: «¿Sabéis quién soy?»

El comunicante escribió después el siguiente mensaje: «Decidle a mi madre que dé mi alfiler de corbata con una perla a la muchacha con quien pretendía casarme. Creo que debe tenerlo ella.». Después deletreó el nombre completo de la madre, totalmente desconocido por los médiums. También expresó la dirección de la dama en Londres, pero, cuando los médiums le escribieron les fue devuelta la carta. Como la dirección debía estar equivocada a era falsa, los médiums perdieron interés en el asunto.

Sin embargo, seis meses más tarde, Cummins se enteró de que una prima suya había estado prometida en secreto, y cuando el War Office envió los efectos del joven a Inglaterra, la familia se encontró con que la aguja de corbata con una perla era mencionada en un testamento que él había redactado estando en Francia. En él se encargaba a la familia que enviase la aguja de corbata a su prometida, si no regresaba.

El anillo desaparecido
En 1941, A. A. Vial, de Greytown, Natal, Sudáfrica, horneó 150 bizcochos para las tropas que combatían en Europa. Una vez hubo acabado, se percató de que le había desaparecido de su dedo el anillo de boda, y llegó a la conclusión de que se habría deslizado en uno de los pasteles. Para evitar estropear los 150 bizcochos al buscarlo, los envió al Ejército con una nota en cada uno, rogando que le devolviesen el anillo si lo encontraban. Pero el que lo descubrió fue su propio hijo, que, por una extraordinaria casualidad, recibió uno de los pastelillos y encontró en él el anillo de su madre.
El pozo del dinero
Frente a la costa de Nueva Escocia se encuentra Oak Island, una isla pequeña y de forma irregular. Pero sus pequeñas dimensiones no guardan relación con el asombroso enigma que yace oculto debajo de la engañosamente inocente superficie. Circulan rumores sobre un fabuloso tesoro de piratas, de valor casi incalculable. Hallazgos realizados durante las exploraciones indican una posible tragedia y una verdadera hazaña de ingeniería por parte de quien escondió el tesoro dando pruebas de un ingenio casi sobrenatural.

Todavía no se sabe cuál será la solución definitiva, pues, durante casi doscientos años, Oak Island ha frustrado todos los intentos de arrancarle su secreto. Los primeros en probar fueron Daniel McGinnis, de dieciséis años, y dos compañeros, que remaron hasta allí, desde la tierra firme canadiense y a través de la bahía de Mahone, en 1795. En un claro del boscoso extremo oriental de la isla, descubrieron el aparejo de un viejo barco, colgado de un único árbol sobre una depresión rellenada. Intrigados, empezaron a cavar y descubrieron la boca de un pozo circular de cuatro metros de diámetro. A una profundidad de tres metros, encontraron los muchachos la primera y gruesa plataforma de madera de roble. A seis metros, encontraron otra, y a nueve metros, una tercera.

La excavación de la dura tierra agotó física y espiritualmente a los jóvenes buscadores de tesoros. Pero habría otros que ocupasen su sitio. El trabajo se reanudó en 1804, financiado por Simeon Lynds, acomodado vecino de Nueva Escocia. Los excavadores de Lynds encontraron otras cinco plataformas de roble, a intervalos de tres metros de profundidad, tres de las cuales habían sido cerradas con masilla y una capa de fibras de coco. A treinta metros, encontraron la que fue llamada «piedra clave», en la que aparecían inscritos unos símbolos enigmáticos que alguien interpretó como «tres metros más abajo, hay enterrados 10 millones de dólares». La cantidad sería enormemente mayor en dólares actuales.

A unos tres metros por debajo de la piedra clave, la palanca de un minero chocó con algo sólido, que se creyó que sería un cofre del tesoro. Los hombres de Lynds dieron por terminada la jornada. A la mañana siguiente, el pozo se había llenado de agua hasta una profundidad de veinte metros.

El Pozo del Dinero hizo quebrar a Lynds, como a todas las expediciones parecidas que le siguieron. Con los años, se han sacado del pozo indicios tentadores suficientes, como trozos de cadenas de oro e indicaciones de cámaras conteniendo cofres de madera, para que sigan volviendo allí los buscadores de tesoros.

El misterio de lo que contiene el Pozo del Dinero aumentó cuando se descubrieron dos canales a niveles de 35 y 50 metros. Llenos de fibras de coco, ambos conducían a las playas de la isla, donde parece que servían como esponjas, absorbiendo agua del mar para llenar con ella continuamente el pozo. Las fibras de coco parecen indicar que el tesoro oculto procedía del sur del Pacífico.

Los buscadores de tesoros continúan vertiendo dinero en el frustratorio pozo, jugándose la vida de pasada. Daniel Blankenship, ex contratista de Miami, dirige las excavaciones de Oak Island para «Triton Alliance Ltd.», consorcio de cuarenta y ocho miembros de ricos canadienses y estadounidenses. Blankenship estaba una vez dentro del pozo cuando empezaron a ceder, a dieciocho metros por encima de su cabeza, los encofrados de acero que sostenían los lados. Los trabajadores le sacaron del pozo sólo segundos antes de que éste se hundiese.

Como ya había invertido 3 millones de dólares en la empresa, Blankenship y Triton juraron seguir adelante. Ahora, según David Tobias, presidente de Triton, la obra es «con toda probabilidad, la excavación arqueológica más honda y más cara que jamás se haya hecho en Norteamérica.». El nuevo plan exige la construcción de un enorme pozo de acero y hormigón, de veinte a veinticinco metros de anchura y setenta de profundidad, que revelará, de una vez para siempre, lo que hay en el fondo del Pozo del Dinero. ¿Coste calculado? Diez millones de dólares.

El profeta viajero y el terremoto de Glasgow
Edward Pearson, que se autodefinía como «profeta en paro», de Gales, se despertó una mañana, a finales de noviembre de 1974, con una horrible premonición. Sabía que, en las Islas Británicas, los terremotos eran tan comunes como la nieve en julio. Pero, incluso así, Pearson tuvo la impresión de que la ciudad escocesa de Glasgow quedaría pronto arruinada por un temblor importante.

Al no encontrar la menor alternativa, creyó que debía prevenir a los ciudadanos de Glasgow del inminente seísmo. Aunque carecía de los fondos necesarios para viajar a Glasgow, el galés subió a un tren, en Iverness, sin billete, el 4 de diciembre, seguro de que la importancia de su visita convencería al inspector de ferrocarriles para que hiciese con él una excepción.

Por desgracia para Pearson, las autoridades del tren no se mostraron tan comprensivas como había esperado y se le denegó seguir el viaje. Se hizo un informe del relato, al día siguiente, en el Courier and Advertiser, de Dundee, Escocia, con cierta prevención. Sin embargo, tres semanas después cuando un terremoto afectó a Glasgow, destruyendo numerosos edificios de la ciudad y su área circundante, los periodistas se percataron de que se habían burlado de una predicción de lo más exacta. 

El quimono maldito
En los anales de las prendas legendariamente malditas, tal vez ninguna creó semejante furor y destrucción como la atribuida a un quimono japonés de mediados del siglo XVII. Tres mujeres jóvenes que, sucesivamente, poseyeron la prenda, las tres murieron antes de tener ni siquiera una posibilidad de ponérselo. En la creencia de que el quimono era diabólico y la causa de las muertes de las muchachas, un sacerdote japonés declaró que debía ser quemado, en febrero de 1657. Pero cuando se echó el quimono al fuego, un súbito y violento viento comenzó a soplar y atizó las llamas, hasta que estuvieron fuera de control. El subsiguiente incendio destruyó las tres cuartas partes de Tokyo y mató a 100.000 personas.
El rayo cae más de una vez en el mismo sitio
En 1899, un rayo mató a un hombre cuando estaba en el jardín de atrás de su casa de Tarento, Italia. Treinta años más tarde, su hijo murió de la misma manera y en el mismo lugar. El 8 de octubre de 1949, Rolla Primarda, nieto de la primera víctima e hijo de la segunda, fue la tercera.

Igualmente extraño fue el destino de un oficial británico, comandante Summerford, que, mientras luchaba en los campos de Flandes, en febrero de 1918, fue derribado de su caballo por un rayo y paralizado de cintura para abajo.
Summerford se retiró y se trasladó a Vancouver. Un día de 1924, mientras estaba pescando en un río, cayó un rayo en el árbol al pie del cual estaba sentado y paralizó su lado derecho.

Dos años más tarde, Summerford se había recobrado lo bastante para dar paseos en un parque local. Un día de verano de 1930, estaba paseando por allí, siendo alcanzado por un rayo que le paralizó de modo permanente. Murió dos años más tarde.

Pero el rayo le buscó una vez más. Cuatro años después, durante una tormenta, cayó un rayo en un cementerio y destruyó la lápida de una tumba. Era la del comandante Summerford.

El regimiento desaparecido
La guerra no solamente pone a prueba el alma, sino también los sentidos. ¿Quién sabe lo que puede ocurrir al estallar un conflicto? Tal vez un mundo puede abrirse y tragarse otro, como parece que ocurrió con todo un regimiento británico durante la campaña turca de la Primera Guerra Mundial.

Era el 28 de agosto de 1915. Los turcos ocupaban un terreno elevado cerca de la bahía de Sulva, y la lucha entre ellos y las fuerzas atacantes británicas, neozelandesas y australianas, era encarnizada, con numerosas bajas por ambos bandos.

El tiempo era claro y soleado aquella mañana, salvo por seis u ocho nubes en forma de hogazas de pan que rodeaban un montículo conocido como Cota 60, desde el cual hacían las fuerzas turcas un fuego devastador. Curiosamente, las extrañas nubes no se movían, a pesar de que un viento de ocho kilómetros por hora soplaba del sur.

El Regimiento de Norfolk recibió el peligroso encargo de atacar la posición turca. Avanzaron directamente hacia una de las nubes suspendidas sobre un torrente seco, Kaiajak Dere. Pasó casi una hora antes de que la tropa de uno a cuatro mil hombres desapareciese dentro de la nube, según los zapadores neozelandeses apostados a 2.500 metros de distancia.

Entonces ocurrió algo increíble. La nube baja, que se dijo tenía 265 metros de longitud por 65 metros de anchura, se elevó lentamente en el cielo y desapareció en dirección a Bulgaria.

Con la nube desaparecieron los hombres de aquel Regimiento británico. Ninguna cruz señala actualmente sus tumbas. Si fueron aniquilados en combate, su destrucción fue más repentina y total que cualquier otra en la historia militar. Pero si fueron levantados con las nubes y llevados lejos de allí, como dijeron los zapadores neozelandeses, podrían estar en cualquier parte, tal vez incluso en un mundo sin guerras.

El reloj que se detuvo con la muerte
Todos los colegiales aprenden a cantar El reloj del abuelo, la maravillosa canción popular alemana sobre el reloj que «se paró, para siempre, cuando murió el viejo». Pero pocas personas saben que esta canción se funda en un fenómeno auténtico. Los relojes se paran a menudo cuando mueren sus dueños.

Varios de estos casos fueron registrados por el Laboratorio de Parapsicología de la «Duke University», donde la doctora Louisa Rhine trabajó durante muchos años clasificando relatos de fenómenos psíquicos enviados por el público en general. Varios de estos casos se referían a misteriosas paradas de relojes. Por ejemplo, un caballero canadiense explicó a la doctora Rhine que había ayudado a su cuñada durante la última enfermedad de su hermano. Cuando murió el paciente, a las 6:25 de la mañana, telefoneó a la familia y al médico y ayudó después a preparar un sencillo desayuno para todos. El cadáver tenía que estar en la funeraria a las 9:30, por lo que tenían que observar cuidadosamente el tiempo. Cuando alguien preguntó qué hora era durante el desayuno, el testigo sacó un reloj de oro del bolsillo. Era un regalo de su hermano y se había parado en la hora exacta de su muerte.

«Llamé la atención de todos los reunidos alrededor de la mesa sobre el fenómeno -escribió el testigo-, y con el fin de demostrar que no había sido una casualidad, pedí a mi otro hermano que diese cuerda al reloj para asegurarnos de que no la había agotado. Había gastado un cuarto de la cuerda.»

El residente cerebro
Aunque se considera al cerebro nuestro órgano más delicado, existen numerosos casos registrados de heridas en el cerebro que, de modo misterioso, no han tenido efectos adversos sobre el paciente. Uno de tales incidentes implicó a una joven trabajadora de un molino que, en 1879, fue golpeada encima del ojo derecho por el pernio de una máquina. El impacto introdujo fragmentos óseos 10 cm dentro del cerebro de la mujer, destruyendo en el proceso fragmentos de masa cerebral. Además, la operación quirúrgica que se le practicó aún causó más daño físico al órgano. Sin embargo, la mujer se recuperó por completo y no sufrió ni siquiera un dolor de cabeza durante los siguientes 42 años de su vida.

No obstante, el cerebro de Phineas Gage fue tal vez uno de los más notablemente resistentes de todos los tiempos. Capataz de ferrocarriles a los 25 años, Gage estaba introduciendo material explosivo en un agujero, el 13 de septiembre de 1847, empleando una vara metálica con una punta aguzada en un extremo. Cuando la barra chocó con una roca, originó una chispa y, en la explosión subsiguiente, la vara penetró en el pómulo de Gage con la velocidad de una bala. Tras casi sacar de su cuenca uno de sus ojos, la barra penetró directamente en el cráneo del hombre, sobresaliendo unos 40 cm por la parte superior de la cabeza.

De modo sorprendente, Gage no perdió la conciencia mientras le transportaban a un hotel desde el que podían llamar a un médico. A su llegada, Gage se levantó y entró por su propio pie en el edificio. El médico recurrió a un cirujano que extrajo la barra, con lo que salieron también trozos de hueso y de cerebro. Aunque ningún médico tenía esperanzas de que Gage pudiera vivir, éste asombró a todas las autoridades médicas que le examinaron. Se recuperó lo suficiente de una forma milagrosa y sólo perdió la visión de su ojo izquierdo.

El retiro de una langosta monstruosa 
Cuando el médico Georges Macris, de Palmer, Alaska, había salido a comprar una langosta, un plato de pescado local favorito, para servirla en una cena que iban a celebrar, topó con una belleza monstruosa en el tanque de agua de su tienda. Macris, que durante un tiempo fue submarinista y pescador de langostas, nunca había visto antes nada igual; tenía más de un metro de longitud y sus pinzas «eran del tamaño de guantes de catcher de béisbol». Y Macris, que también era aficionado a la biología, sabía que se trataba de un espécimen genéticamente perfecto, un artrópodo de una edad de noventa años. Sabía también que el destino de una langosta de aquel tamaño debía cambiar. Así que compró la vieja langosta para salvarla de ser cocida hasta la muerte.

A continuación, Macris compró un billete de avión sólo de ida a Maine, donde las leyes estatales prohiben la captura de langostas de un tamaño mayor del que suele por lo general encontrarse. Luego empaquetó su monstruosa carga, a la que bautizó como Monstruo Mike, entre hielo y paños impregnados con agua salada, y se dirigió al aeropuerto entre una lluvia helada. Aunque Monstruo Mike perdió más tarde el vuelo de enlace en Chicago, llegó a Portland, Maine, veinticuatro horas después de haber salido de Alaska y fue recogida por el teniente de patrullas de la Armada, Joseph Fessenden. Al día siguiente, Fessenden tiró la langosta al mar, más allá de la bocana del puerto de Portland, donde ha estado desde entonces, disfrutando de su protegida avanzada edad.

El retorno del extinto tigre de Tasmania 
El último tigre de Tasmania, también llamado lobo de Tasmania, o Tilacino, que se conoció con vida fue capturado en Tasmania en 1933 y murió en un zoo en 1936. Pese a que su extinción en Australia se creía se remontaba a mil años atrás, el animal ha sido visto, según algunos informes, varias veces durante los últimos 55 años. En los años ochenta, el Gobierno de Australia contrató a un experimentado rastreador de aborígenes australiano, Kevin Cameron, para investigar acerca de dichos informes.

En el pasado también se emprendieron numerosas búsquedas, pero nunca se hallaron pruebas de su existencia. Y a pesar de que el mismo Cameron más tarde informó a las autoridades haber visto cuatro tigres de Tasmania, por separado, en el denso bosque, todos presentando ese andar ondulatorio que les es característico, las autoridades mostraron su escepticismo.

De modo que Cameron volvió a por pruebas más concretas. Esta vez fotografió a un animal del tamaño de un perro, con rayas oscuras que atravesaban sus cuartos traseros, otra de sus características inconfundibles. También consiguió el molde de las huellas del tigre, en las cuales se distinguían claramente los cinco dedos de las patas delanteras y los cuatro de las traseras.

A pesar del aceptado conocimiento científico, algunos investigadores consideran auténticos los avistamientos de Cameron. Y Athol Douglas, funcionario jubilado experimental, en el Museo de Australia Occidental, en Perth, estima que hay por lo menos seis ejemplares del tigre que viven en la actualidad en el bosque australiano.

El Rey del Mundo
Según creen muchos mongoles y tibetanos (y atestiguan numerosos monjes budistas que dicen haberlo visitado), un vasto continente subterráneo, llamado Agartha, yace debajo del altiplano de Asia central. Desde dentro de los túneles de Agartha, dice la profecía, surgirán un día el místico Rey del Mundo y sus súbditos.

Pero antes del advenimiento del rey, alrededor del final del presente milenio, y según la doctrina budista, «los hombres descuidarán sus almas cada vez más. La más grande corrupción imperará en la Tierra. Los hombres se convertirán en animales sedientos de sangre, sedientos de la sangre de sus hermanos... Las coronas de los reyes caerán... Habrá una guerra terrible entre todos los pueblos de la Tierra..., morirán naciones enteras..., hambre..., crímenes no previstos por la ley..., antes inconcebibles para el mundo, serán cometidos».

Durante este periodo de anarquía, sigue diciendo la profecía, serán dispersadas las familias y las multitudes llenarán los caminos para huir, mientras «las más grandes y más hermosas ciudades del mundo... perecerán por el fuego».

«Dentro de cincuenta años, sólo habrá tres grandes naciones... y, dentro de los próximos cincuenta años, habrá dieciocho años de guerra y de cataclismos..., y entonces el pueblo de Agartha saldrá de sus cavernas subterráneas y aparecerá en la superficie de la Tierra».

El ri de Nueva Guinea 
El antropólogo Roy Wagner había estado estudiando a los nativos de las tierras altas de Nueva Guinea durante más de veinte años cuando, a finales de los setenta, dirigió su atención a los baroks, en la isla de Nueva Irlanda. Viviendo entre los sujetos de su estudio, Wagner se enteró muy pronto de un relato intrigante acerca de un ri, un ente mítico, que había llegado a tierra firme unas décadas antes.

Fascinado, Wagner dedujo que el ri, reconocible por su torso humano que acababa en el cuerpo y en la cola de un pez, era un miembro más de las amplias representaciones de míticas criaturas del bestiario que figuraba en sus leyendas y creencias. Sin embargo, se siguió informando de avistamientos, y todos los miembros de la tribu insistieron en que el ri existía realmente.

Algunos nativos le contaron a Wagner que, a veces, habían comido un ri capturado y que se caracterizaba por una carne particularmente sabrosa. Un muchacho informó de una procesión de ri a través de una corriente de agua dulce en una noche de luna. Un hombre alegó que había visto a una hembra ri capturada en una red de pesca. También otro había atrapado a una de aquellas criaturas marinas, pero cuando llegó a la playa para enseñársela a Wagner, el escurridizo ri al parecer se había escapado.

-Al sentir curiosidad por el relato de Wagner de los ri, publicados después de su regreso a la Universidad de Virginia, el investigador criptozoólogo J. Richard Greenwell decidió investigar de primera mano todas aquellas historias. Y acompañado por Wagner y dos geógrafos, Greenwell llegó a Nueva Irlanda en 1983. Y no fue hasta que alcanzaron una zona habitada por los susurunga, otra de las tribus de Nueva Irlanda, cuando el equipo expedicionario vio finalmente al ri.

Una mañana, poco antes del alba, los investigadores de los ri observaron a un animal marino que retozaba en la bahía Nokon. Tenía un cuerpo oscuro, brillante y esbelto. Carecía de aleta dorsal, pero tampoco parecía tener cabeza o brazos humanos. Greenwell incluso consiguió fotografiar las aletas de la cola mientras la bestia nadaba por debajo de la superficie.

A continuación, Greenwell consultó a numerosos biólogos marinos, y se descartó la posibilidad de que la criatura que se hallaba frente a la costa fuese una marsopa o una foca. En un momento dado, creyó que podría tratarse de un dugongo, un mamífero marino que se encuentra con frecuencia en las aguas costeras en torno de Australia y Nueva Guinea. La criatura que observó frente a Nueva Irlanda, no obstante viajaba a gran velocidad a diferencia del lento dugongo.

-Además, los dugongos, por lo general, no permanecen sumergidos más allá de un minuto -agrega Greenwell-. En cambio, nuestro animal lo hizo durante más de diez minutos.

El sacerdote de Bel 
En marzo de 1892, el profesor de Asiriología de la Universidad de Pensilvania, Herman Hilprecht, estaba dando los últimos retoques a su obra maestra, unas investigaciones sobre inscripciones babilonias antiguas. Pero dos artículos -unos fragmentos de ágataque Hilprecht creía que eran anillos del Templo de Bel, en Nippur- desafiaban cualquier tipo de identificación. Cansado y frustrado, el asiriólogo asignó las dos piezas a la categoría de «no clasificadas» y, de mala gana, dio retoques finales a su libro.

Aquella noche, Hilprecht soñó que una figura alta, tocada con las vestiduras sacerdotales babilonias, llevaba al erudito a la cámara del tesoro en un lugar que Hilprecht, inmediatamente, reconoció como el Templo de Bel. La figura procedió entonces a explicar que las dos intrigantes piezas de ágata de Hilprecht eran, en realidad, dos porciones del mismo anillo y, a causa de la escasez de ágata, lo habían dividido para formar unos pendientes para una estatua del dios Ninib. Si se unían ambas piezas, le explicó el sacerdote de sus sueños, se revelaría de este modo toda la inscripción que Hilprecht se había esforzado tanto en descifrar.

A la mañana siguiente, excitado por su sueño, Hilprecht examinó de inmediato los fragmentos de ágata. Y de una manera sencilla, las dos piezas, colocadas una junto a otra, presentaban una inscripción en la que se leía: «Al dios Ninib, hijo de Bel, su señor, ofrenda esto Kurigalzu, Sumo Sacerdote de Bel.» 

El saludo fatal
En julio de 1750, Robert Morris tuvo un perturbador sueño: se vio a sí mismo herido de muerte por un disparo de cañón procedente del buque que estaba previsto que visitase al día siguiente. Cuando despertó, el dignatario colonial estaba tan asustado que se negó a subir a bordo de la nave. Tratando de aliviar el miedo de su huésped, el capitán del navío le prometió que no habría disparos de cañon desde el barco hasta que Morris estuviese a salvo de regreso en tierra. Morris cedió al fin y se celebró la visita programada.

Cuando concluyó el acto, el capitán, fiel a su palabra, ordenó a sus hombres que no efectuasen las salvas de cañón de saludo hasta que recibiesen la comunicación de que Morris había llegado sano y salvo a la orilla. Sin embargo, mientras aguardaban, una mosca se posó en la nariz de Morris y éste alzó la mano para sacársela de encima. Tomando este gesto como la contraseña, los tripulantes dispararon el cañón. Un fragmento de la bala del cañón alcanzó a Morris en el bote de remos no lejos de su punto de destino.

A pesar de las medidas de precaución tomadas, sus sueños demostraron ser proféticos.

El segundo testamento de James Chaffin
James L. Chaffin fue un agricultor de Carolina del Norte que murió en 1921. Sin duda, su familia se sorprendió y afligió cuando se enteró de las cláusulas de su testamento. El viejo dejaba todos sus bienes a su tercer hijo, Marshall, desheredando completamente a su esposa y a sus otros tres hijos. El testamento había sido redactado y atestiguado debidamente en 1905.

Sin embargo, cuatro años después de la muerte de James, su hijo, James P. Chaffin, empezó a soñar que su difunto padre quería hablarle. Veía al agricultor junto a su cama, vestido con su viejo abrigo negro, y un día, el personaje dijo al fin: «Encontrarás mi testamento en el bolsillo de mi abrigo, y desapareció».

Chaffin estaba confuso por la experiencia, pero pensó que debía comprobar la extraña declaración del fantasma. Resultó que el abrigo estaba en poder de otro hermano, por lo que viajó a la población donde residía éste, y encontró el abrigo y descosió las costuras. Allí, oculto en el forro de un bolsillo, había un trozo de papel en el que se había escrito: «Leed el capítulo veintisiete del Génesis.» Chaffin se dio cuenta de que aquello podía significar algo y, por consiguiente, fue a la casa da su madre, acompañado de varios testigos a los que contó ansiosamente su historia. 
La Biblia fue difícil de encontrar, pero apareció al fin. El libro estaba tan estropeado que, al tomarlo, cayó en tres pedazos al suelo. Thomas Blackwelder era uno de los testigos y recogió la parte de la Biblia que contenía el Libro del Génesis. Descubrió inmediatamente que dos hojas habían sido dobladas juntas para formar una bolsa. Cuando la abrió, los sorprendidos testigos encontraron un testamento ológrafo fechado en 1919. Parecía que el difunto había reconsiderado las cosas, pues el nuevo documento decía en parte: «Quiero que, después de enterrado dignamente mi cuerpo, mi pequeña herencia sea dividida en partes iguales entre mis cuatro hijos, si es que viven cuando yo muera, y que mis bienes inmuebles y personales se dividan de igual manera, y si no viven, les sustituyan sus hijos, y si ella vive, debéis cuidar de vuestra mamá. Ésta es mi última voluntad y testamento.»

En aquel entonces, Marshall Chaffin había muerto y su propiedad era administrada por su viuda, por lo que James P. Chaffin llevó el testamento a los tribunales. Varios testigos declararon que el testamento de 1919 era ciertamente de puño y letra del agricultor fallecido. La viuda de Marshall no quiso oponerse al pleito y la pequeña herencia fue redistribuida debidamente.

El sepultero indestructible
Los sepultureros de la posguerra civil de Estados Unidos, en Nueva Orleans, estaban profundamente resentidos por los bajos salarios pagados por Samuel Dombey para abrir la última morada de los muertos. De modo que se hicieron con los presuntos poderes mágicos de un tal doctor Beauregard, pagando 50 dólares por su «maldición suprema». A la mañana siguiente, mientras Dombey cavaba en el cementerio, escuchó una fuerte explosión y vio que alguien se tambaleaba desde los cercanos arbustos. Beauregard, que más tarde fue visto fuertemente vendado, al parecer había sobrecargado el arma con posta zorrera, lo cual hizo estallar la escopeta.

El incidente Beauregard no fue el único intento de matar a Dombey, a pesar del hecho de que el hombre parecía ser indestructible. Cuando, como es natural, Beauregard fue despedido por chapucero, los enterradores decidieron hacerse cargo ellos mismos del asunto. Primero colocaron una carga de pólvora debajo del catre de Dombey en el cobertizo de las herramientas y le prendieron fuego mientras estaba dormido. La explosión destruyó el cobertizo, pero Dombey, arrojado a seis metros de distancia, resultó ileso.

Sin embargo, los competidores de Dombey no cejaron con tanta facilidad. No mucho después de la explosión del cobertizo, el sepulturero fue secuestrado y, con las manos y los pies atados, arrojado al lago Pontchartrain. Pero Dombey logró desatarse y regresar a la orilla.

Sin embargo, el intento de ahogarle no fue el último esfuerzo de los sepultureros para desembarazarse de Dombey. Cuando, a continuación, prendieron fuego a su casa, esperaron a que Dombey saliese corriendo afuera, en cuyo momento dispararon contra él con postas. Los bomberos se presentaron en seguida al lugar de los hechos y apagaron el fuego, tras lo cual condujeron a Dombey al hospital, donde se recuperó.

Los sepultureros no fueron capaces nunca de matar a Sam el Indestructible, como la policía comenzó a llamar a Dombey. En realidad, Dombey murió de causas naturales a la edad de noventa y ocho años, tras haber sobrevivido a los hombres que habían intentado matarle.

El soplete humano
Al principio, pudo parecer una diversión, pero A. W. Underwood empezó a cansarse de su habilidad para prender fuego en objetos después de, simplemente, respirar encima de ellos. A fin de cuentas, se trataba de un talento que había guardado celosamente. Y a pesar de meses de pruebas, y el estatus de celebridad que al fin había alcanzado, ningún experto podía explicar qué causaba aquel pintoresco fenómeno.

Según L. C. Woodman, el primer médico que examinó a aquel iniciador de incendios, cuando Underwood cogía algunas cosas, como un pañuelo de algodón y hojas secas, y las apretaba contra la boca, estallaban en llamas en cuestión de segundos. El médico enjuagó la boca de aquel hombre de veinticuatro años con diversas soluciones. Le hizo ponerse guantes de goma. Pero por rigurosos que fuesen los exámenes, ni Woodman ni sus colegas pudieron encontrar la menor traza de truco. Ni tampoco pudieron determinar ninguna razón médica que originase unos síntomas de aquel tipo.

El sueño del joven Dante
La Divina Comedia de Dante Alighieri es con justicia considerada como una de las grandes obras maestras espirituales del mundo. Pero, de no haber sido por el sueño del hijo del poeta muerto, Jacobo, es posible que todo el manuscrito se hubiese perdido para siempre.

Cuando murió Dante en 1321, Jacobo y su hermano Pietro estaban desesperados, no solamente por la pérdida de su padre sino también por el manuscrito incompleto de la Comedia que había dejado. Los dos registraron la casa de arriba abajo y revolvieron todos sus papeles, pero los escritos que faltaban del viejo Dante no fueron encontrados.

Sumido en su dolor, Jacobo tuvo un sueño. Su padre entró en su habitación, ataviado con resplandecientes vestiduras blancas. Cuando Jacobo le preguntó si había terminado su obra maestra, Dante asintió con la cabeza y señaló el lugar donde se encontraban los fragmentos que faltaban.

Con un abogado amigo de su padre como testigo, Jacobo entró en las habitaciones de Dante. Detrás de una pequeña pantalla fija en la pared, encontraron una ventanita. Ésta daba a una camarilla en la que estaban las últimas páginas del poeta, cubiertas de moho. La Divina Comedia volvía a estar completa, gracias al sueño de un hijo fiel.

El sueño precognitivo de Lincoln
Algunas premoniciones resultan ciertas, y otras, no, por muy reales y terribles que sean los sucesos que describen. Consideremos, por ejemplo, el caso del dieciseisavo presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, que previó su propio asesinato en un sueño.

Lincoln contó su aviso nocturno a un intimo amigo, Ward Hill Lamon, que dejó un relato escrito para la posteridad. En su sueño, le había dicho Lincoln, «parecía reinar un silencio de muerte a mi alrededor. Entonces oí unos sollozos contenidos, como si varias personas estuviesen llorando. Soñé que saltaba de la cama y paseaba por la planta baja».

«No había una persona viva a la vista, pero escuché los mismos sonidos de dolor al seguir adelante. Continuaron hasta que llegué al Salón del Este y allí me encontré con una deprimente sorpresa».

«Ante mí había un catafalso, en el que descansaba un cadáver amortajado. Lo rodeaban soldados que montaban la guardia. "¿Quién ha muerto en la Casa Blanca?", pregunté a uno de los soldados. "El presidente -fue su respuesta-. Ha sido muerto por un asesino."»

A los pocos días de tener este sueño, el presidente estaba muerto, asesinado de un tiro de pistola por John Wilkes Booth. Lincoln, mortalmente herido, fue trasladado del Ford's Theater a una casa particular del otro lado de la calle. Después de su muerte, su cadáver yació en el Salón del Este de la Casa Blanca, tal como había soñado Lincoln.

El televisor encantado
Muchos metapsíquicos bien dotados sostienen que pueden proyectar imágenes en una película precintada. Pero son pocos los que dicen que pueden realmente transmitir imágenes a la pantalla de un televisor.

Uno de estos casos extraordinarios fue referido por la familia Travis, de Blue Point, Nueva York. Los tres niños Travis estaban una mañana contemplando la televisión cuando vieron aparecer en la pantalla una cara que oscurecía el programa que estaban tratando de ver. Mrs. Travis no lo creyó cuando se lo contaron, pero se quedó pasmada cuando lo vio con sus propios ojos. La cara parecía de mujer, y se veía como un perfil o una silueta. Incluso cuando se apagó el aparato, la silueta permaneció claramente visible. La noticia del televisor «encantado» se difundió rápidamente en toda Blue Point. Y durante los dos días siguientes, docenas de personas, incluidos reporteros, fotógrafos y mecánicos de televisión, visitaron la casa. Cada cual tenía una teoría sobre cómo podía la cara aparecer allí. Algunos testigos, por ejemplo, pensaban que el perfil era un residuo electrónico de la cantante Francy Lane, que había aparecido en TV el día anterior. Pero esta sugerencia y otras nunca prosperaron.

La imagen se desvaneció al fin, veintiuna horas más tarde, tan misteriosamente como se había materializado, aunque se conservan varias fotografías que demuestran que la imagen estaba realmente allí.

El verdadero Drácula
La más famosa novela de horror de todos los tiempos, Drácula, de Bram Stoker, se basó en la sanguinaria carrera de una persona real, el príncipe Vlad IV de Valaquia, o Vlad el Empalador, que gobernó en el siglo XV Rumania, con puño de hierro y estacas afiladas.

También conocido como Drácula o «hijo del diablo», Vlad fue uno de los gobernantes más crueles que ha conocido el mundo. En realidad, un estudio realizado en 1981, le comparó únicamente con Idi Amin, Hitler y Calígula, por su total desprecio a la vida y los sufrimientos humanos. Se ganó el sobrenombre de el Empalador por su afición a las estacas de madera como instrumento predilecto de tortura. Miles de soldados y civiles turcos, empalados en estacas clavadas en el suelo, murieron con terribles sufrimientos a sus manos.

Vlad comía entre las víctimas que se retorcían, sorbiendo o bañándose en su fluido vital. Tan terrible llegó a ser su fama en él campo que, cuando murió en 1477, circularon rumores de que salía de la tumba en busca de más sangre. Estas historias pudieron contribuir a la noción popular de que la única manera de terminar con las mortíferas depredaciones del vampiro era clavar una estaca de madera en su cadáver viviente. Sin embargo, se olvida a menudo un detalle trivial, y es que el Conde Drácula original de Stoker, sólo murió después de que le fuese cortada la cabeza y clavado un cuchillo Bowie en el pecho... por un tejano.

Una coincidencia casi increíble salió a la luz en tiempos modernos. Un descendiente del verdadero Drácula fue localizado en la Rumania comunista... trabajando en un banco de sangre.

El viajero japonés
En más de cincuenta años de examinar arte precolombino, Alejandro von Wuthenau ha encontrado docenas de estatuas con rasgos asiáticos, algunas de las cuales se remontan al año 2000 a. de C. Una, por ejemplo, es una reproducción en terracota de un luchador datado entre los años 1000 y 800 a. de C., encontrado en las montañas mexicanas de Guerrero. Los artefactos, según insiste Von Wuthenau, indican que los japoneses visitaron las Américas mucho antes de que lo hicieran los europeos. La única pregunta es: ¿cómo llegaron allí?

En 1986, Von Wuthenau descubrió lo que cree que tal vez sea una réplica de una nave de alta mar, empleada por los primeros exploradores asiáticos. El buque de terracota de 30 cm de longitud contiene diez figuritas de remeros, todos ellos con claros rostros japoneses.

El visitante nocturno
El doctor Michael Grosso estaba dando un curso de parapsicología en el «State College» de Jersey City, en 1976, cuando conoció a Elizabeth Sebben, brillante antropóloga que había experimentado muchos encuentros metapsíquicos y se alegró de encontrar alguien con quien pudiese hablar. Grosso se interesaba especialmente en sus experiencias extracorporales. Él le sugirió que si trataba de visitarle, pronto se encontraría viajando fuera de su cuerpo. La visita se produjo en el otoño de 1976. El doctor, que vivía solo en un apartamento de seis habitaciones, pasaba a menudo el tiempo haciendo prácticas de flauta. Sus partituras estaban generalmente colocadas sobre un atril, que siempre se hallaba cerca de una librería. Una mañana, Grosso se dio cuenta de que ocurría algo raro, cuando, al levantarse, encontró el atril en medio de la habitación, aunque él nunca lo colocaba allí.

Grosso no volvió a pensar en el incidente hasta más tarde de aquel día, cuando le telefoneó Elizabeth. Había tratado de establecer contacto con él la noche anterior, estando fuera de su cuerpo, y quería decirle lo que había percibido. Sin que su amigo la incitase a hacerlo, contó lo siguiente: La noche pasada había estado estudiando cuando empezó a sentir que estaba saliendo de su cuerpo. Recordó que quería visitar a Grosso, por lo que concentró su pensamiento en él y pronto se encontró en su cocina. Le vio sentado a la mesa, estudiando unos papeles y sorbiendo el té. Trató de llamarle la atención, pero no lo consiguió, y entonces empezó a buscar una manera de demostrarle su presencia. Examinó la residencia hasta que descubrió el atril. Centró su atención en el objeto y entonces, inexplicablemente, percibió que había trasladado el atril al centro de la habitación. Segundos más tarde, se encontró de nuevo en su cuerpo.

Grosso no cree que la experiencia pueda explicarse como alguna clase de ilusión. «Cuando una dama visita a un hombre por la noche, especialmente en tan curiosas circunstancias -dice-, sería una gran falta de cortesía tratarle de ilusión insignificante.» 

El vuelo «JAL 1628»
A pesar de la popularidad del término «platillos volantes», las formas y tamaños de los OVNIs son realmente de diferentes clases, incluidos discos de decenas de metros de diámetro y objetos que se parecen a triángulos, cigarros e incluso teteras. OVNIs de tamaño enorme, frecuentemente acompañados de naves volantes más pequeñas, son conocidos como «naves nodriza».

Uno de éstos fue visto por el piloto del vuelo 1628 de las «Lineas Aéreas Japonesas», un «Boeing 747» que hacía el viaje de Islandia a Anchorage, Alaska, el 17 de noviembre de 1986. Volando sobre Alaska exactamente después de las seis de la tarde, el capitán Kenju Terauchi informó sobre unas brillantes luces blanca y amarilla que tenía delante y saltaban «como dos oseznos que estuviesen jugando». Terauchi habló por radio con Anchorage y el controlador confirmó que tenía una imagen en el radar. El piloto japonés encendió su propio radar digital en color y, aunque éste estaba destinado a captar las condiciones atmosféricas y no objetos sólidos, registró también una imagen.

Entonces advirtió Terauchi que su «747» estaba a la sombra de un solo y gigantesco OVNI en forma de nuez, pero con el tamaño de dos portaaviones. Pidió permiso a Anchorage para ejecutar un giro de 360 grados y descender a 10.000 metros, autorización que le fue otorgada. La nave nodriza permaneció detrás de él durante toda la maniobra. Anchorage envió otros dos aviones a la zona inmediatamente próxima a la de Terauchi, pero, cuando llegaron, el OVNI había desaparecido, después de haber estado a la vista del «747» y perseguirle durante cincuenta minutos.

El vuelo hacia ninguna parte
El 5 de diciembre de 1945, cinco bombarderos torpederos despegaron de Fort Lauderdale, Florida, en un ejercicio de navegación aérea de 650 kilómetros, identificado como Vuelo 19. Los aviones, considerados en perfectas condiciones operacionales en el momento del despegue, eran tripulados por pilotos experimentados, como el teniente Charles Carroll Taylor entre otros 14 pilotos y tripulaciones.

La ruta debería de llevarles hacia el Este, luego al Norte, sobre la isla de la Gran Bahama, antes de dirigirse hacia el Sudoeste, rumbo a la base. Todo esto dentro del área conocida como el Triángulo de las Bermudas. En cambio, las maniobras resultaron en un vuelo de cinco horas hacia ninguna parte.

Ya hacia las dos horas de vuelo Taylor comunicó que ambas brújulas se encontraban inexplicablemente defectuosas; no señalaban ni dónde estaban ni hacia dónde iban. Ellos, por alguna razón desconocida, supusieron que se hallaban en algún lugar sobre los cayos de Florida, a unos 300 kilómetros fuera de la trayectoria prescrita.

Durante tres horas las ondas de radio no captaron más que mensajes confusos y fragmentarios, hasta que Taylor anunció que intentarían aterrizar los aviones en el agua, ya que corrían el riesgo de quedarse sin combustible.

A pesar de los cinco días de búsqueda intensa, cubriendo un área de 550.000 kilómetros, durante los cuales un avión de rescate Martin Mariner con 15 tripulantes, también desapareció, jamás se encontró el menor rastro de los cinco bombarderos. Es posible que los aviadores no pudieran escapar antes que los aviones se hundieran, pero ni siquiera las 400 páginas de informe naval respondieron a todas las preguntas acerca de las extrañas circunstancias que llevaron a la desaparición del hombre.

Desde el 5 de diciembre de 1945, cientos de aviones, grandes y pequeños, han desaparecido en el Triángulo de las Bermudas sin dejar rastros, de los cuales el 20% desapareció a principios de diciembre y casi siempre el día 5. Pero el mes de diciembre no se incluye en la temporada de los huracanes.

El yowie de Australia
El Himalaya tiene su Yeti. Y en Australia, unas criaturas peludas y parecidas a monos son conocidas con el nombre de Yowie. En realidad, según el naturalista local Rex Gilroy, estas criaturas han sido vistas más de tres mil veces en la zona de Blue Mountain, al oeste de Sydney.

En diciembre de 1979, Leo y Patricia George se aventuraron en la región, situada en el este de Australia, en busca de un lugar tranquilo para una comida campestre. Pero la diversión del domingo se vio de pronto frustrada cuando tropezaron con los restos de un canguro mutilado. Además, dijo la pareja, el presunto autor de la mutilación estaba solamente a menos de doce metros de distancia. Describieron una criatura toda cubierta de pelo y de al menos tres metros de altura, que se quedó parada mirándoles, antes de alejarse pesadamente entre la maleza.

La comida fue rápidamente cancelada, pero Gilroy todavía piensa en organizar por su cuenta una expedición en busca del legendario animal.

El zar eremita
Casi inmediatamente después de que se anunciase que el zar ruso Alejandro I había muerto a la edad de cuarenta y siete años, la gente comenzó a preguntarse si, en efecto, estaba muerto. Se extendió el rumor de que, en realidad, había abdicado para retirarse a vivir como eremita. En realidad, los residentes de Tomsk alegaron que un eremita llamado Feodor Kuzmich había aparecido de repente en esta ciudad del este de Rusia y que se trataba realmente del antiguo zar. Además, cuando Kuzmich murió, en 1864, sus últimas palabras fueron:

-Dios sabe mi auténtico nombre.

Tras haberse convertido en zar a la muerte de su padre, Alejandro II intentó poner fin a los rumores acerca de su progenitor. En 1865 ordenó que se abriese el ataúd, pero lo encontró vacío. Un examen posterior, en 1926, confirmó que el cadáver no estaba dentro del féretro.

El zombi en los campos
Legendarios o no, los zombis son aceptados como artículo de fe en Haití. Una explicación posible para tantos muertos aparentes y luego enterrados que vuelven a la vida para realizar labores manuales, es que la presunta muerte no sea en realidad tal, sino un coma profundo inducido de forma deliberada por las drogas. Las víctimas designadas, con apariencia de estar muertas, se entierran y luego se desentierran, se reaniman con ayuda de unas drogas diferentes y se venden a continuación como jornaleros del campo por parte de los que practican el vudú. 
Una dama que, hace ya algunos años, vivió en una finca en el Haití rural, la señora Gloria Andrulonis, tuvo una experiencia fuera de lo corriente relacionada con los zombis cuando murió la hija de su cocinera. La muchacha fue debidamente enterrada pero, unos cuantos días después del funeral, los criados de la hacienda vecina le dijeron a la cocinera que habían visto a su hija trabajando en los campos de una plantación próxima con un grupo de zombis.

Cuando la señora Andrulonis le preguntó a su cocinera qué iba a hacer al respecto, la mujer contestó:

-Nada. ¿Qué se puede hacer? Está muerta. Ha sido enterrada y su alma ha desaparecido.

Se cree, supuestamente, que los zombis sólo ingieren alimentos sin azúcar y sin sal. Se ha informado en Haití de un cierto número de casos de unos presuntos zombis que, al comer cosas dulces, recordaban sus muertes y entonces intentaban regresar a sus tumbas.

Electroósmosis
Joe Orchard, ex suboficial de la Royal Navy, y su familia, comenzaron a experimentar extraños fenómenos en su hogar en Adisham, Kent, a mediados de los años setenta. Puertas y grifos del agua, de manera inexplicable, se arrancaban y echaban a volar. Una techumbre se hundió sin una razón aparente, de manera misteriosa los muebles se humedecían y los aparatos eléctricos funcionaban mal de una manera regular. Finalmente, las circunstancias convencieron a los Orchard a huir de su hogar.

Tras considerar el asunto un poco, Orchard llegó a la conclusión de que la «electroósmosis» era la causante de las perturbaciones de su casa. Un cable de alta tensión cercano a la casita, dedujo, perdía electricidad que luego afectaba a la mecánica de la vivienda. Los Orchard volvieron sólo después de haber enterrado unos electrodos en el césped para desviar las pérdidas de corriente eléctrica.

Emprendieron acciones legales contra el «South Eastern Electricity Board», en demanda de que se les indemnizaran los daños causados a su casa. Sin embargo, la compañía negó su responsabilidad en los hechos y consiguió a un simpático juez para que desestimara las alegaciones de los Orchard. Tras un juicio que duró 12 días, el magistrado declaró que Joe, su mujer June y su hijo de veintitrés años habían montado todo el tinglado para defraudar a la compañía eléctrica.

-Dijimos la verdad ante el tribunal, pero nos tildaron de mentirosos -declaró June más tarde.

Emisión eléctrica del cerebro
Hans Berger es sobre todo recordado hoy como padre de la encefalografía, el estudio científico de las ondas cerebrales. Pero son pocos los que saben que el interés de Berger por las emisiones eléctricas del cerebro nació de su deseo de explicar la percepción extrasensorial.

El interés del científico por lo paranormal se derivaba de una experiencia que había tenido a los diecinueve años. Cuando participaba como soldado en unas maniobras militares en Würzber, Alemania, Berger iba montado a caballo y éste tropezó. A punto estuvo de ser aplastado por las ruedas de un carro, pero los caballos fueron detenidos justo a tiempo.

Aquella misma noche, Berger recibió un telegrama de su familia preguntándole si estaba bien. Era la única vez que el joven había recibido una comunicación de esta clase. Más tarde se enteró de la razón. En el mismo instante de su accidente, su hermana mayor había tenido el presentimiento de que algo malo le ocurría y pidió a sus padres que enviasen el telegrama.

El incidente fue un claro ejemplo de transmisión espontánea del pensamiento -escribió Berger-. En un momento de grave peligro, actué como una especie de transmisor y mi hermana se convirtió en receptora Berger se dedicó al estudio del cerebro, con la esperanza de encontrar una explicación física a la telepatía. No lo consiguió, pero sus estudios ayudaron a los científicos a comprender mejor los ritmos eléctricos del cerebro.

Empalados
En ocasiones, los seres humanos han sobrevivido a casi toda clase imaginable de catástrofes, desde caer de un avión sin paracaídas hasta ser empalados en diversos instrumentos afilados. En esta última categoría, podemos considerar el caso del motociclista inglés Richard Topps, de veintiún años, de Derbyshire, que sobrevivió a un desdichado encuentro con una estaca de una valla.
En agosto de 1985, la motocicleta de Topps chocó con un automóvil, lesionando gravemente -a su pasajero. El propio Richard salió despedido por encima del manillar y cayó sobre una valla, donde quedó empalado en diagonal, desde el pecho hasta la cadera, en una estaca de metro y medio de largo.

Debido a la confusión que se produjo, Richard estuvo colgado allí durante más de una hora, totalmente consciente pero incapaz de hacer algo, hasta que fue encontrado por su hermano. Librarle de la estaca que perforaba su torso requirió una operación de dos horas, durante la cual descubrieron los cirujanos que todos los órganos vitales internos estaban indemnes. Topps se recuperó rápidamente de la operación y continuó su vida normal.

La joven de dieciocho años Kimberly Lotty, de Quincy, Massachusetts, fue empalada de manera parecida en diciembre de 1983, mientras conducía su furgoneta desde su lugar de trabajo a casa, y vivió también para contarlo. Su vehículo perdió la dirección y chocó contra una valla de aluminio. Uno de los postes de cinco centímetros de diámetro se soltó, rompió el parabrisas y le atravesó la parte izquierda superior del pecho.

«Fue algo misterioso -dijo más tarde Kimberly-. No sentí ningún dolor. Pensé que el tubo sólo ejercía presión sobre mi brazo. Supongo que estaba conmocionada.»

El servicio de socorro cortó el tubo a unos doce centímetros delante y detrás de su cuerpo, y trasladó a la joven al hospital, donde le extrajeron sin complicaciones el resto del tubo de aluminio.

En tren hacia ninguna parte
En septiembre de 1890, el futuro de Louis Le Prince se veía brillante. Tras haber demostrado su procedimiento para la animación de imágenes (cine), en la ópera de París, debía recibir el espaldarazo por una técnica que más adelante fue reinventada por Thomas Edison.

Pero la última vez que le vieron, Le Prince se subía a un tren en París. Siete años después fue legalmente declarado muerto.

Encuentro cercano de las amistosas líneas aéreas
El capitán C. S. Chiles, de la «Eastern Airlines», y su copiloto, J. B. Whitted, había esperado un vuelo de rutina el 23 de julio de 1948. Partieron de Houston hacia Boston en una noche clara y con luz de luna. A las 2:45 de la madrugada, unos cuantos kilómetros al sur de Montgomery, Alabama, Chiles se percató de un resplandor rojo que se encaminaba directamente hacia el «DC-3» con alarmante velocidad.

Al principio pensó que se trataba, probablemente, de alguna clase de nuevo reactor militar y dio por supuesto que el piloto del reactor viraría al ver las señales de posición rojas y verdes del «DC-3». Sin embargo, muy pronto quedó claro que éste no iba a ser el caso y la tripulación del vuelo de la «Eastern» sintió que la frente se les perlaba de sudor al observar que el reactor continuaba avanzando hacia ellos. Al carecer de otra alternativa, Chiles hizo girar violentamente su avión hacia la izquierda. Él y Whitted tuvieron una buena visión del avión que venía hacia ellos, mientras pasaba a unos 30 m del ala derecha del «DC-3»

Lo que habían pensado que se trataba de un reactor militar no era otra cosa que un aparato en forma de cigarro y sin alas, con hileras de ventanillas iluminadas con una deslumbradora luz blanca. Luego comenzó a ascender de forma empinada, con un destello de llamas anaranjadas por su parte trasera, con lo que se desvaneció entre las escasas nubes.

El difunto experto en ovnis, J. Allen Hynek, creía que lo que Chiles y Whitted vieron era en realidad un meteoro, una explicación lógica excepto en un punto crucial: los meteoros no cambian de dirección ni retroceden hacia el espacio. 

Encuentros soñados con almas posmortales
Dos investigadores suizos que han llevado a cabo un estudio de más de 2.500 sueños, creen que algunas figuraciones nocturnas pueden ser, en realidad, entrevisiones de la vida después de la muerte. Los psicólogos Maria-Louise von Franz y Emmanuel Xipolitas Kennedy han descubierto que, aunque no todos los sueños acerca de la vida después de la muerte resultan significativos, algunos poseen una cualidad especial y sobrenatural, que hace que deban colocarse aparte. 
Según Kennedy, parecen ser encuentros con almas posmortales, muy parecidos a los que ocurren de una forma típica entre el enfermo terminal. A veces, los soñadores se describen como rejuvenecidos en sus sueños, o pueden reunirse con amigos íntimos o parientes ya fallecidos. Kennedy cree que, aunque no sean en realidad una prueba de la vida después de la muerte, esos sueños poseen un valor considerable que confirma a la mente inconsciente que la muerte futura no es un final, lo cual apacigua el paso del paciente de la vida a la muerte. 
Señalan la noción de que cualquier cosa que no se haya resuelto durante la vida debe, de alguna forma, como asegura Kennedy, continuarse después de la muerte. El propósito es en cierto modo unir al individuo con el ser arquetípico del que pensamos como Dios.
Enfermedad de las muñecas
Las reproducciones de muñecas antiguas eran perfectas excepto unas manchas negras en todas sus caras. Incapaz de evitar la aparición de las manchas, la muchacha que había confeccionado cada una de ellas manualmente estaba destrozada. Al pensar que sus sudorosas manos eran las responsables, acudió al gabinete del médico británico Conrad Harris.

El doctor decidió llevar a cabo una sencilla prueba. Antes de meter la cabeza de arcilla de la muñeca en el horno, dio instrucciones a su paciente para que trazara la señal de la cruz con el dedo en la muñeca. Luego repetiría el procedimiento con una segunda muñeca, pero esta vez con unos guantes de goma puestos. Y, en efecto, la muñeca tocada con el guante no mostró manchas.

Tras haber determinado que la chica era la fuente del problema, Harris se dedicó a enterarse qué era exactamente de su sudor lo que causaba la reacción de las muñecas. Creyendo que se trataba de sulfuros, su suposición quedó confirmada cuando un análisis de la dieta reveló que la muchacha consumía grandes cantidades de ajo, rico en sulfuros. Y cuando dejó de comer ajo durante una semana, las manchas ya no aparecieron en las muñecas.

Naturalmente, el descubrimiento de Harris tuvo amplias implicaciones para la industria de reproducción de muñecas antiguas: los artesanos de Italia, Alemania y Francia -con alimentos tradicionalmente ricos en ajo- perdían con regularidad el 10% de sus muñecas a causa de la enfermedad de las manchas negras.

Esponjas mutantes
Hace 25 años, 47.500 barriles de desechos radiactivos fueron arrojados en el océano Pacífico, exactamente más allá del puente del Golden Gate de San Francisco. Hoy, el contenido de plutonio en el lecho marino es 25 veces mayor de lo que predijeron originariamente los expertos. Incluso más asombroso es el descubrimiento de los oceanógrafos, en la misma zona, de un nuevo género de esponjas, mutantes de 30 a 40 cm de altura y con una forma parecida a vasijas.
Esvástica celestial
En los tiempos modernos, la esvástica se ha convertido en un símbolo del mal, pero, según dos científicos de la Universidad de Texas, el emblema nazi puede poseer connotaciones místicas.

Cuando los físicos C.J. Ransom y Hans Schluter expusieron el gas hidrógeno a la electricidad y al magnetismo, el hidrógeno brilló. Luego, de repente, el gas se dividió para formar la silueta de una esvástica. El experimento condujo a los científicos a especular respecto de que un cometa, al pasar a través del campo magnético de la Tierra, podía crear un efecto similar. De ser así, entonces la esvástica podía haberse aparecido por primera vez a los humanos como un fenómeno de tipo natural, pero los atemorizados observadores lo tomaron más bien por un signo sobrenatural. De esta manera, concluyeron los científicos, se explica por qué el moderno símbolo del mal fue en un tiempo reverenciado por los hindúes y los de otras religiones. Las esvásticas aparecen grabadas, por ejemplo, en tumbas antiguas cerca de la ciudad de Troya. E incluso los cristianos la representaron como un símbolo sagrado durante la Edad Media.

Exorcismo del demonio de Loch Ness
El hoy difunto reverendo Donald Omand, pastor y exorcista anglicano, no dudaba de la existencia del fabuloso monstruo de Loch Ness, a quien algunos llaman afectuosamente Nessie. Pero tenía serias reservas sobre la noción de que era una clase de animal prehistórico o, para el caso, cualquier criatura viviente.

El escritor F. W. (Ted) Holiday, que había pasado años en las orillas de Loch Ness, tendía a estar de acuerdo con él. En un libro de 1973, The Dragon and the Disc, rebatió las teorías biológicas sobre la criatura y aconsejó a los investigadores que considerasen la noción de visitantes del reino de lo paranormal.

Así, cuando Holiday se enteró de la creencia del doctor Omand, le escribió una carta y, a su debido tiempo, se encontraron los dos hombres. Una de las cosas de que hablaron fue el extraño relato del escritor sueco Jan-Ove Sundberg, que había estado en Ness, el 16 de agosto de 1971. Aquella tarde, Sundberg había querido tomar un atajo a través del bosque, cerca del lago, y se había perdido. Mientras caminaba entre los árboles, vio una «máquina sumamente extraña»: tenía la forma de un cigarro gris negruzco, de doce metros de longitud, y descansaba en el suelo a setenta o cien metros del lugar donde él se hallaba.

Sundberg afirmó haber visto tres figuras saliendo de entre los matorrales y vistiendo todas ellas traje de submarinista y casco. Al principio pensó Sundberg que eran trabajadores técnicos de una central eléctrica próxima. Al cabo de un rato, los personajes entraron en el aparato por una escotilla de la parte superior. Entonces, el aparato se elevó a doce o quince metros del suelo y se alejó a gran velocidad.

Cuando Sundberg regresó a Suecia, dijo que había sido seguido por personajes misteriosos vestidos de negro -los fabulosos «hombres de negro» que se dice que han intimidado a algunos testigos de OVNIs- y en definitiva sufrió una crisis nerviosa.

Normalmente, Holiday habría rechazado la historia como «tonterías de psicótico» (son sus palabras), si no hubiese oído hablar de otras visiones de OVNIs en el lago, aquella misma semana de agosto de 1971. Pero había un problema. En el lugar del incidente, los investigadores encontraron un bosque tan denso que «en ninguna parte habría podido aterrizar un OVNI mayor que una caja de cerillas». La fotografía de Sundberg sólo había mostrado árboles.

Sundberg creía haber tenido un encuentro con un OVNI. Pero también parecía indudable que la cosa no había ocurrido como creía él. ¿Se había visto envuelto en alguna clase de acontecimiento sobrenatural?

Partiendo de esta teoría, Omand, acompañado de Holiday, se dirigió a Loch Ness el 2 de junio de 1973, para exorcizar al demonio. Omand practicó el rito del exorcismo en cinco lugares distintos alrededor del lago.

-Haz que por el poder otorgado a tu humilde siervo -rezó en cada lugar- este lago y las tierras contiguas sean librados de todos los malos espíritus; de todas las imaginaciones vanas; de proyecciones y fantasmas, y de todos los engaños del Maligno. Oh, Señor, somételos a las órdenes de tu siervo, a su voluntad, para que no dañen al hombre ni al animal, sino que vuelvan al lugar que les está destinado y permanezcan para siempre en él.

«Yo no soy formalmente religioso -escribiría Holiday, refiriéndose a aquella experiencia-, pero sentí, en este punto, una clara tensión en la atmósfera. Fue como si hubiésemos levantado unas palancas invisibles y estuviésemos esperando el resultado.»

El lunes siguiente, Omand repitió el exorcismo delante de un equipo de la BBC. El martes, Holiday decidió investigar el relato de Sundberg sobre el OVNI. Sin embargo, visitó primero a Winifred Cary, una médium que vivía cerca. Cuando le habló del encuentro referido por Sundberg, le respondió que ella y su marido, comandante de la Royal Air Force, también habían visto OVNIs en aquel sector. Aconsejó a Holiday que no fuese allí.

-He leído sobre personas que han desaparecido -dijo-. Puede que sean tonterías, pero yo no iría.

El doctor Omand le había dicho lo mismo.

«En aquel preciso instante -escribió Holiday en su libro The Goblin Univers (El Universo de los Duendes)-, se oyó un ruido tremendo, como de un tornado, fuera de la ventana, y el jardín pareció llenarse de un indefinible y frenético movimiento. Sonaron una serie de violentos golpes, como si un objeto muy pesado golpease la pared o la puerta del solario. A través de la ventana, detrás de Mrs. Cary, vi de pronto lo que parecía una columna de humo negruzco en forma de pirámide y de unos tres metros de altura, girando frenéticamente. Parte de ella estaba enredada en un rosal que parecía que iba a ser arrancado del suelo. Mrs. Cary lanzó un grito y se volvió a la ventana. El episodio duró diez o quince segundos, y terminó de pronto.»

Cary oyó también el ruido.

-Vi un rayo de luz blanca que cruzó la habitación desde la ventana, a mi izquierda -dijo-. Vi un círculo de luz blanca sobre la frente de Ted Holiday. Me llevé un susto terrible.

Holiday decidió no ir al lugar de la visión de Sundberg. Pero, a la mañana siguiente, al salir para un recado sin importancia, se sorprendió al ver un extraño personaje plantado a treinta metros de distancia. Era un hombre vestido completamente de negro.

-Sentí una extraña impresión de malevolencia, fría y desapasionada -recordó-. Mediría un metro noventa de estatura y parecía vestido de cuero o plástico negros. Llevaba un casco y guantes, y una máscara que le cubría incluso la nariz, la boca y el mentón.

Holiday se acercó al personaje y anduvo unos cuantos pasos más allá de él; después miró el lago durante varios segundos. Entonces volvió la cabeza en dirección al misterioso hombre de negro. En aquel momento, oyó un «curioso sonido, como un susurro o un silbido». Se volvió y no vio nada.

Holiday corrió inmediatamente a la carretera próxima. «Había unos ochocientos metros de carretera vacía a la derecha y casi cien metros a la izquierda -escribió-. Ninguna persona viviente hubiese podido perderse de vista con tanta rapidez. Sin embargo, era indudable que se había ido.»

El día siguiente se marchó el doctor Omand, diciendo que trataría de exorcizar al pertinaz fantasma cuando volviese a visitar el lago.

Holiday, por su parte, volvió a Loch Ness en 1974. A los pocos días, sufrió un ataque no fatal al corazón, mientras estaba en la orilla del lago. Al ser llevado en camilla por la ribera, pasó directamente por encima del lugar donde había estado el hombre de negro.

Un segundo ataque al corazón mató a Ted Holiday en 1979.

Experiencias del infierno de los casi muertos
Las experiencias cercanas a la muerte, en que los individuos informan haber abandonado sus cuerpos, encaminándose hacia una luz brillante, constituyen un fenómeno cada vez más reconocido. Pero, según Maurice Rawlings, profesor de medicina clínica en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chattanooga, alguno de los viajes a las proximidades de los cielos, pueden ser, en realidad, entrevisiones del infierno.

Rawlings entrevistó a casi 300 pacientes, inmediatamente después de sus reanimaciones. Y las historias que escuchó, por lo menos de la mitad de ellos, le convencieron de que habían visto lagos de fuego y figuras demoníacas, no las benévolas imágenes de que se informa en las más conocidas de las historias de la casi muerte. Rawlings cree que muchas personas alteran sus relatos de manera sustancial, simplemente, porque tienen vergüenza de admitir que tal vez no estuviesen subiendo al cielo.

Experiencias extracorpóreas
Las experiencias extracorpóreas intencionadas y al azar (OBE), aparecen a través de la historia por parte de personas de todas las edades, razas, creencias y culturas. Los OBE son tan frecuentes, por ejemplo, entre los rusos y los estadounidenses, como entre las razas primitivas de África y Australia.

En especial, los escritores y los artistas alegan que el OBE sirve como inspiración creativa y han sido capaces de describirlos con vívidos detalles. Entre estos famosos viajeros extracorpóreos cabe incluir a D. H. Lawrence, Aldous Huxley, Emily Brontë, Jack London y el poeta alemán Goethe.

Durante la Primera Guerra Mundial, el autor estadounidense Ernest Hemingway sirvió en el cuerpo de ambulancias de Estados Unidos. Una cálida noche del mes de julio de 1918, se encontraba agazapado en una trinchera en el frente italiano, cerca del pueblo de Fossato, cuando de repente, escuchó un obús de mortero que silbaba por el aire. La bomba estalló y la metralla le quemó las piernas. Más tarde, contó a los amigos que el dolor resultó horrible y que creyó encontrarse cerca de la muerte y, de manera real, percibió que su espíritu le abandonaba el cuerpo.

Hemingway inmortalizó su experiencia en su novela, de 1929, Adiós a las armas. «Intenté respirar, pero no tenía aliento -explica el protagonista Frederic Henry-. Me sentí correr atropelladamente fuera de mí, una y otra vez, durante todo el tiempo, mi cuerpo entre el viento. Salía con suavidad, todo yo, y supe que estaba muerto y que había sido un error creer que acababa de morir. Luego floté, y en lugar de seguir adelante sentí que volvía atrás. Respiré y estaba otra vez de regreso.»

Extraterrestres cautivos
Durante el verano de 1983, Larry Bryant, de Alexandria, Virginia, presentó un mandato de habeas corpus contra los Departamentos de Estados Unidos de Defensa y Estado, las Fuerzas Aéreas, el Ejército, la Agencia de Seguridad Nacional y la Oficina Federal de Investigación (FBI). ¿Su acusación? Todos los demandados habían conspirado para ocultar el accidente aéreo, en 1947, de un vehículo extraterrestre en el desierto de Nuevo México. Y lo que es más, en realidad las Fuerzas Aéreas poseían uno o más cuerpos de los ocupantes del ovni.

Un documento del FBI, añadido a la orden ante el tribunal, citaba a un investigador de las Fuerzas Aéreas que afirmaba que se habían recuperado tres platillos volantes cerca de un gran aparato de radar del Pentágono, en Nuevo México. Evidentemente, el radar había interferido con el mecanismo de control del aparato. Según el memorándum, cada avión circular tenía un diámetro de, aproximadamente, 15 m y contenía una sección elevada en el centro. Sus ocupantes eran humanoides, continuaba, de un metro de estatura y llevaban puestos unos monos metálicos.

Bryant creía que los visitantes extraterrestres aún seguían vivos y que eran retenidos contra sus derechos constitucionales. No podían verse detenidos sin ser acusados de un delito, argumentaba, y al presentar aquel mandamiento de habeas corpus Bryant confiaba en que los alienígenas fuesen liberados por el Gobierno o, por lo menos, se pudiese recuperar sus cadáveres. Tal vez lo que en realidad desease fuese convertir todo aquel asunto en un verdadero escándalo público; no resultaba probable que el Gobierno, tras muchos años de negar la existencia de los ovnis, fuera ahora a reconocer su existencia, y mucho menos la posesión de los propios alienígenas, a causa de sólo un escrito de habeas corpus.

El fantasma de Washington Irving
Volvería de la tumba el autor de una de las más famosas historias americanas de fantasmas, para gastar una broma? Washington Irving, autor de The Legend of Sleepy Hollow, era un hombre ingenioso a quien le gustaba divertirse, a veces a expensas de los demás. Poco después de su muerte, un viejo amigo del autor, el doctor J. G. Cogswell, estaba trabajando en la biblioteca cuando vio que un hombre dejaba un libro en un estante y desaparecía. Cogswell estuvo seguro de que aquel hombre era Irving, hasta que vio otro fantástico personaje, la imagen de un segundo amigo difunto, que devolvía también un libro.

Pero aquí no terminó la cosa. Se dice que un sobrino de Irving, Pierre, vio el fantasma de su tío en la casa de éste en Tarrytown, Nueva York. Pierre y sus dos hijas dijeron que habían visto claramente al famoso autor cruzar el salón y entrar en la biblioteca donde solía trabajar.

Durante su vida, Irving declaró que no creía en fantasmas. El jinete sin cabeza de su obra era, a fin de cuentas, un mortal disfrazado para espantar a un rival. Es probable que su sobrino fuese igualmente escéptico..., hasta que el propio Irving demostró que estaban ambos equivocados.

El fantasma del Great Eastern
El Great Eastern era indudablemente uno de los barcos más grandes que ha navegado por los siete mares. Fue también uno de los de más mala estrella, maldito desde el principio por el fantasma de un trabajador emparedado en su doble casco.

Su creador, Isambard Kingdom Brunel, era ya un afortunado contratista de puentes y ferrocarriles cuando concibió la idea de una ciudad flotante que conectase Londres con el resto del mundo. Los ingenieros navales habían diseñado ya y construido barcos de línea transatlánticos que desplazaban casi tres mil toneladas. Pero el Great Eastern de Brunel dejaba enanos a todos sus predecesores. En realidad, con un desplazamiento calculado en cien mil toneladas avergonzaba a todas las estructuras flotantes. Diez grandes calderas alimentadas por 115 hornos impulsaban sus dos ruedas de paletas de 20 metros y una hélice de 10 metros. Cinco chimeneas lanzaban hacia el cielo el humo del carbón. El Great Eastern tenía sistemas auxiliares suficientes para una pequeña flota, incluidas diez anclas de cinco toneladas cada una, seis enormes mástiles y velas, y su propia fábrica de gas para la iluminación.

Sin embargo, el barco pareció maldito desde el principio. Para la botadura del barco más grande del mundo, Brunel invitó al ejército de trabajadores que lo habían construido. El único que no compareció fue un tranquilo maestro carpintero que había trabajado en el doble casco.

La ceremonia del bautizo no se desarrolló del todo según el plan trazado, al fallar el mecanismo de botadura a causa del peso y el volumen del Great Eastern. Probablemente no habría sido botado en manera alguna si una marea extraordinariamente alta no le hubiese hecho flotar en el Támesis. Pero poco después de aquel pequeño éxito, la «Great Eastern Steam Navigation Company» de Brunel quebró, y el propio Brunel murió. Precisamente el día de su muerte, el capitán se quejó a su primer maquinista de que su sueño había sido «rudamente interrumpido por un constante martilleo desde abajo...»

Después de aquel misterioso incidente, estalló una de las chimeneas del Great Eastern, matando a seis personas y destrozando el gran salón. Aunque su suerte mejoró momentáneamente, en la cuarta travesía del Atlántico de la lujosa embarcación, una furiosa galerna destruyó las ruedas de paletas y lanzó por la borda los botes salvavidas. Una vez más, y a pesar de los zumbidos del vendaval, volvió a oírse el martilleo fantástico debajo de la cubierta.

El Great Eastern pudo llegar a puerto, pero se había acabado como barco de pasajeros. Sus últimos propietarios tuvieron incluso dificultades para venderlo como chatarra. Por fin, en 1885, al ser finalmente desguazado, los soldadores hicieron un tétrico descubrimiento. Al lado de una bolsa de oxidadas herramientas yacía el esqueleto del carpintero desaparecido, entre las paredes de hierro del doble casco del Great Eastern. 

El fantasma lanzador de piedras de Tucson
A primeros de septiembre de 1983, empezó una pesadilla para Mr. y Mrs. Berkbigler y sus cinco hijos. Acababan de trasladarse a su grande pero aún no terminada casa en el desierto, cuando grandes piedras empezaron a golpear la estructura cada noche. Las piedras no parecían venir de ninguna parte y ni siquiera la policía podía encontrar al responsable. Dicho en pocas palabras, los Berkbigler eran víctimas de un poltergeist, una especie de duende particularmente enojoso que se divierte apedreando las casas. Los miembros de la familia salían invariablemente para pescar al culpable, pero nunca podían ver a nadie. Los ataques empezaban generalmente entre las 5:30 y las 7:00 de la tarde, cuando volvían a casa del trabajo o del colegio. Las piedras llegaban en breves ráfagas, cesaban y empezaban de nuevo. A veces, la familia oía también misteriosos golpes en las puertas y ventanas.

Los Berkbigler creyeron al principio que un vagabundo era el responsable de aquella trastada, pero Mrs. Berkbigler estaba menos segura de la causa. «Tal vez es un espíritu -dijo al fin a los reporteros del Arizona Daily Star-. Tal vez hemos construido la casa sobre un cementerio sagrado o algo parecido.»

Pronto la prensa local se refirió al problema del «fantasma lanzador de piedras» de los Berkbigler. Durante las semanas siguientes, la policía local visitó la casa y puso un helicóptero de vigilancia para resolver el misterio. Terminaron siendo ellos mismos alcanzados por las piedras, a menudo a plena luz del día, y se mostraron reacios a visitar la finca.

El episodio más espantoso se produjo el domingo 4 de diciembre. Las piedras se habían mostrado activas pero esporádicas durante todo el día, por lo que dos reporteros del Star visitaron la casa para entrevistar a la familia. A las 6:10 de aquella tarde, fueron lanzadas piedras con tanta violencia contra la puerta lateral de la casa que los reporteros no podían salir. El asedio duró dos horas, hasta que la familia llamó al fin a la policía que acompañó a los reporteros lejos de allí.

Lo más chocante era que, para golpear la puerta lateral, las piedras tenían que pasar a través del garaje abierto de la casa. Como aquella tarde había una furgoneta aparcada allí, las piedras tenían que ser lanzadas con extraordinaria puntería a través de un espacio de sesenta centímetros entre el techo del garaje y el de la furgoneta. Sin embargo, el fantasma conseguía esta hazaña sobrehumana sin la menor dificultad.

El caos llegó a su punto culminante el 6 y el 7 de diciembre, cuando docenas de personas se presentaron en la casa para ayudar a la familia a atrapar al culpable. A pesar de la constante vigilancia de la finca, las piedras fueron arrojadas como de costumbre, alcanzando a personas en la noche oscura del desierto con asombrosa habilidad. El improvisado pelotón consiguió arrojar a un intruso de la propiedad, pero éste resultó ser miembro de la oficina del sheriff.

Pero entonces cesó simplemente el lanzamiento de piedras. Los asedios diarios terminaron después de la segunda noche de búsqueda y el caso del misterioso lanzador de piedras de Tucson quedó sin resolver. Y hoy continúa la incógnita.

El fantasma sin cabeza
Un antiguo colono llamado Lakey del pequeño pueblo de McLeansboro, Illinois, fue encontrado muerto. El cadáver, descubierto por un transeunte, tenía cortada la cabeza, al parecer por el hacha que estaba todavía clavada en un tocón junto a su cuerpo. Nadie podía comprender el crimen, ya que Lakey no tenía ningún enemigo conocido.

Un día, después de su entierro, dos hombres pasaron a caballo cerca de la cabaña de Lakey, en lo que ahora es conocido como Lakey's Creek. Probablemente habían ido a pescar al río Wabash y pasaban por delante de la cabaña al anochecer, cuando se les reunió un jinete sin cabeza montado en un gran caballo negro. Incapaces de hablar, los hombres siguieron cabalgando, temerosos, y descendieron por la margen del torrente. De pronto, el misterioso jinete dio media vuelta, cabalgó torrente abajo y pareció desaparecer en una charca, más allá del paso para cruzar aquél.

Al principio, temerosos de contar su historia, aquellos hombres descubrieron pronto que otros habían visto la misma aparición. El fantástico jinete seguía siempre el mismo trayecto. Se reunía con los caballeros viniendo del este, se volvía cerca del centro del torrente y desaparecía.

Actualmente, un puente de hormigón da paso a los automóviles sobre el mismo lugar donde vadeaban antaño los jinetes el Lakey's Creek, y ningún motorista ha visto todavía al inquieto fantasma. El misterio de la muerte de Lakey está aún por resolver.

El fantasma vestía de azul
El doctor Julian Burton trabaja en Los Ángeles como psicoterapeuta, ayudando a la gente a resolver sus problemas. Sin embargo, su disertación para el doctorado tenía más que ver con lo sobrenatural que con lo patológico, ya que versaba sobre el tema del contacto espontáneo con los muertos. Burton observó a cientos de personas durante su investigación y se convenció de que la comunicación con amigos y parientes muertos no era nada desacostumbrado. Esto sorprendió poco al psicólogo, ya que la idea para el proyecto había surgido de su propia experiencia personal.

La madre de Burton murió en 1973 a la edad de setenta y siete años, después de sufrir un ataque fulminante. É1 sintió terriblemente esta muerte, pero se recobró en septiembre siguiente, aunque el lazo entre ellos había de continuar mucho después de la muerte de la madre.

«Una noche de aquel septiembre -refiere Burton- mi esposa y yo recibimos la visita de unos parientes. Yo estaba en la cocina cortando una piña, cuando oí a mi derecha unas pisadas que creí que eran de mi esposa. Me volví para preguntarle dónde estaba un cuenco, pero entonces me di cuenta de que había pasado al lado izquierdo de mi campo visual. Me volví en aquella dirección para repetir la pregunta y vi a mi madre plantada allí. Era perfectamente visible y parecía años más joven que en el momento de su muerte. Llevaba una bata de diáfano color azul pálido ribeteada de marabú, que yo nunca había visto.»

Al seguir mirando Burton, la figura se desvaneció y, la mañana siguiente, él telefoneó a su hermana para contarle su experiencia.

«Ella se afligió mucho -sigue diciendo el psicólogo-, y se echó a llorar, preguntando por qué no había ido nuestra madre a ella. Esto me molestó, y le pregunté si creía lo que le había contado.»

Resultó que dos semanas antes de su ataque, las dos mujeres habían ido de compras y la madres había visto aquella bata de color azul pálido. Había deseado comprarla, pero no había querido gastar los doscientos dólares que costaba.

La experiencia influyó profundamente en Burton, que, a sus cuarenta y dos años, decidió volver a estudiar para terminar su doctorado. «Sentí -dijo- que muchas personas tenían probablemente experiencias parecidas que contar.»

El faquir flotante
La meditación trascendental tuvo gran notoriedad en los años setenta, cuando los líderes del movimiento sostuvieron que sus practicantes podían levitar. Pero, a pesar de todas sus afirmaciones, jamás se vio un meditador que flotase en el aire.

Sin embargo, esto no quiere decir que la energía de la mente no pueda ayudar a una persona a desafiar la gravedad. Las declaraciones de testigos oculares de levitaciones humanas abundan en la historia de las culturas oriental y occidental. Una de las declaraciones más impresionantes a este respecto fue hecha en la década de 1860 por Louis Jacolliot, juez francés que viajó mucho por Oriente. Según Jacolliot, su interés por el yoga aumentó cuando se hizo amigo de un fakir llamado Covindasamy en 1866. Los dos hombres empezaron a realizar juntos experimentos metapsíquicos y un día, antes de almorzar, Covindasamy decidió hacer una demostración sorprendente a su amigo.

El yogui se dirigía hacia la puerta de la galería de Jacolliot, escribió el juez en su libro Ciencia oculta en la India y entre los antiguos, cuando por lo visto lo pensó mejor. «El fakir se detuvo en la puerta de la terraza que daba a la escalera de servicio y, cruzando los brazos, se alzó -o al menos así me lo pareció- gradualmente y sin apoyo visible hasta un pie por encima del suelo. Pude determinar la altura exacta, gracias a un punto de referencia en el que mantuve fija la mirada durante el breve tiempo que duró el fenómeno. Detrás del fakir pendía una cortina de seda con rayas rojas, doradas y blancas, de igual anchura, y advertí que los pies del fakir estaban a la altura de la sexta raya. Cuando vi que empezaba a elevarse, saqué mi reloj..

Según Jacolliot, el fakir permaneció suspendido durante unos diez minutos; durante cinco de ellos, pareció no moverse en absoluto.

El faraón y los alienígenas
Un papiro egipcio puede contener uno de los primeros relatos escritos conocidos del avistamiento de un ovni. Según estos registros, que datan del tiempo del faraón Tutmosis III, que reinó desde hacia 1504 hasta hacia 1450 a. de C., escribas de la Casa de la Vida avistaron un «círculo de fuego, que viajaba silenciosamente por el cielo. «No tenía cabeza -declara el papiro- y el aliento de su boca tenía un tremendo hedor.» Los atemorizados observadores cayeron al suelo, no sabiendo si temer o venerar la extraña llama celestial. Durante los días siguientes, aparecieron sobre Egipto más y más bolas de fuego parecidas, tan brillantes como el Sol.

En un esfuerzo por prevenir el poder de los objetos, el faraón ordenó a los sacerdotes que quemasen incienso para alentar la pacífica intercesión de los dioses. Y cuando los objetos no identificados partieron, Tutmosis ordenó poner por escrito las cosas para que el incidente se recordase para siempre.

El financiero desaparecido y la paciente esposa
En 1936, en su camino de regreso a casa por la noche, el financiero Fred Lloyd compartió el taxi con un amigo. Tras dejar a su compañero en mitad de Manhattan, Lloyd se despidió de él y continuó en el mismo taxi hacia la parte alta de la ciudad. Pero a Lloyd no se le volvió a ver más.

A pesar del hecho de que la búsqueda ulterior resultó ser infructuosa, la esposa de Lloyd pasó el resto de su vida en la firme creencia de que su esposo regresaría. Cuando murió, en 1945, se encontraron aún sin cobrar tres pólizas de seguro de vida de Lloyd.

El funesto destino de Seaforth
Cansado de la tediosa vida en el Castillo de Brahan, el conde de Seaforth hizo las maletas en 1660 y se fue a París donde llegó a quedarse de forma indefinida. No esperaba que su acción afectase a todo el linaje familiar de Seaforth.

A medida que pasaban los días y el conde no regresaba a Seaforth, su suspicaz esposa, Isabella, fue encolerizándose cada vez más y más. Una noche, durante una reunión de invitados en el castillo, convocó a Kenneth MacKenzie, un vidente local conocido con el nombre de Wurlock of the Glen, y cuyas facultades eran famosas en todo el país escocés. Mirando en el agujero de una pequeña piedra blanca, podía prever acontecimientos futuros y predijo, entre otras cosas, la sangrienta batalla de Culloden Moor y otros sucesos históricos.

Sin embargo, Isabella no estaba preocupada por la guerra y la política. Deseaba saber qué estaba haciendo su marido y dónde lo estaba haciendo. Para responder a su petición, MacKenzie comenzó a escudriñar en su piedra y al cabo de unos momentos se echó a reír. Cuando Isabella quiso saber de qué se reía, MacKenzie replicó a desgana que, en efecto, había percibido la imagen del conde. Sí, aún seguía en París, le dijo, y estaba pasándolo en grande en compañía de dos hermosas mujeres jóvenes. Una sentada en sus rodillas y la otra acariciándole el pelo. Humillada delante de sus invitados, Isabella se puso muy furiosa y ordenó que ejecutasen al vidente. Pero antes de ser ejecutado, MacKenzie lanzó una maldición sobre Isabella y su familia.

Según lo que ha llegado a conocerse como «Funesto destino de Seaforth», MacKenzie declaró que el linaje familiar de los Seaforth se extinguiría, detallando el destino que tendrían los maldecidos descendientes. El último superviviente sería sordo y mudo y sobreviviría a sus cuatro hijos. El castillo de Brahan acabaría en manos de una mujer, que en su momento sería la responsable de la muerte de su hermana. Además, la finca Seaforth dejaría de existir.

Con el tiempo, dado que la familia continuó prosperando, a pesar de algunos pequeños retrocesos durante los cambios del ambiente político, la maldición se olvidó. Luego, en 1783, el único heredero Seaforth vivo, Francis Humberston MacKenzie, heredó el castillo y la hacienda. Durante la infancia, el nuevo dueño del Castillo de Brahan contrajo la escarlatina. A resultas de le enfermedad, quedó sordo y mudo, aunque más adelante, en el transcurso de su vida, consiguió un limitado dominio del lenguaje, se casó y fue padre de diez hijos, incluyendo a cuatro niños.

Cuando Francis murió, en 1815, tras haber sobrevivido a sus cuatro hijos, no hubo herederos varones para el título de Seaforth.

El gran hacedor de fantasmas
John Henry Pepper fue un químico analítico que, en 1852, llegó a director del Real Instituto Politécnico de Londres. Pero en la Inglaterra victoriana, igualmente fascinada por el espiritismo que por la ciencia, Pepper fue también conocido como el creador del Espectáculo de los Fantasmas.

Este número deleitó a sus auditorios, al presentar una serie de imágenes fantasmales, en conjunción en el escenario con personajes de carne y hueso. El «fantasma era en realidad un actor que se encontraba debajo del escenario. Desde su oculta posición, un proyeccionista iluminaba al actor, reflejando su imagen desde un espejo a una gran lámina de cristal, también fuera del campo visual de los espectadores. Lo que aparecía en el escenario eran etéreas apariciones que parecían amenazar tanto a los actores como al público.

Famoso como preeminente organizador de espectáculos científicos, tanto en Australia, Canadá y Estados Unidos, como en su Gran Bretaña natal, Pepper nunca alegó que sus fantasmas fueran otra cosa que ilusiones, algo en claro contraste con la práctica común y fraudulenta en la época de presentar a los fantasmas como entes que podían ser convocados por aquellos que sabían cómo llamarlos.

El huevo de Levelland 
Una serie de observaciones realizadas en la pequeña población de Levelland, del Mango de Sartén de Texas, en la noche del 2 de noviembre de 1957, constituye uno de los casos más interesantes en los anales de los OVNIs.

El primero en informar fue un «aterrorizado» trabajador agrícola llamado Pedro Saucedo. Saucedo y un amigo viajaban por la carretera 116, cuando, a seis kilómetros al oeste de Levelland y a eso de las 10:30 de la noche, brilló un «relámpago» a un lado de aquélla.

-No le hicimos mucho caso -dijo más tarde Saucedo-, pero entonces se elevó en el campo y avanzó en nuestra dirección, adquiriendo velocidad. Cuando se acercó más, las luces de mi camíón se apagaron y el motor se paró. Salté y me tumbé en el suelo y aquella cosa pasó directamente por encima del camión con un fuerte ruido y levantando una ráfaga de viento. Sonó como un trueno y el camión se bamboleó con aquella ráfaga. Sentí mucho calor.

Lo que Saucedo llamó «aquella cosa» era un objeto en forma de torpedo y aproximadamente de setenta metros de largo. El policía A. J. Fowler, que respondió a su llamada, pensó que Saucedo estaba borracho y no le prestó atención. Pero menos de una hora más tarde, «aquella cosa» volvió. Esta vez fue Jim Wheeler quien dio la información. También él había estado en la carretera 116 cuando se encontró con que un OVNI de setenta metros de largo y forma de huevo le cerraba el camino. Al acercarse Wheeler al objeto, se apagaron los faros y se paró el motor de su vehículo.

Antes del mediodía, otros cinco motoristas en las inmediaciones de Levelland informarían de una experiencia parecida: un gran objeto resplandeciente y en forma de huevo posado en la carretera o cerca de ella, y un fallo en el sistema eléctrico de sus vehículos, que volvieron a la normalidad al alejarse el OVNI.

Lo más sorprendente de las legendarias observaciones de Levelland es que el «Project Blue Book» de la Air Force, después de un examen superficial, «resolvió» el asunto, ¡atribuyendo el fenómeno a rayos globulares!.

El humanoide volante
A proximadamente a las 20:30 horas del 12 de julio de 1977, Adrián de Olmos Ordóñez, de cuarenta y dos años, estaba descansando en el balcón de su casa de Quebradillas, Puerto Rico, donde vio que algo se arrastraba por debajo de una valla de alambre espinoso de una casa de campo no muy lejana. A la luz del crepúsculo pudo ver Olmos que era una figura pequeña, aparentemente un niño.

Sin embargo, al observarle más atentamente, vio que no era en absoluto un niño normal. La criatura llevaba una vestidura verde y un casco metálico, del que salía una antena «con una luz o llama brillante en la punta.»

De Olmos pidió a su hija Irasema que le trajese un lápiz y papel para poder dibujar aquella figura mientras la observaba. Como explicó más tarde al ufólogo puertorriqueño Sebastián Roziou Lamarche, «le dije que encendiese la luz del cuarto de estar, pero se equivocó y encendió la del balcón, y la criatura se espantó y huyó.»

«En el momento en que se apagó la luz del balcón, vi que la criatura retrocedía hacia la valla de alambre espinoso. Pasó por debajo y se detuvo -explicó-. Se llevó las manos a la parte de delante de su cinturón y, entonces, una cosa que tenía sobre la espalda, parecida a una mochila, se encendió y emitió un ruido semejante al de un taladro eléctrico. Y entonces se elevó en el aire y se dirigió hacia los árboles.»

En aquel momento, la hija del testigo, su esposa y dos hijos salieron de la casa y vieron las luces del aparato que llevaba en la espalda aquel ser que volaba en el aire.

Durante los diez minutos siguientes, observaron las luces que se movían de un árbol a otro, descendiendo a veces brevemente al nivel del suelo. Mientras tanto, se reunieron con ellos varios vecinos que vieron también el extraño espectáculo. En definitiva, un segundo grupo de luces, presumiblemente de un segundo humanoide, se unió al primero, tal vez, pensó De Olmos, para ayudar a su compañero, porque «el aparato de la espalda de la criatura no funcionaba como era debido.»

Pronto se apagaron las luces, dejando solamente una serie de personas muy asustadas, que no perdieron tiempo en notificar el incidente a la policía. Esta realizó una investigación a fondo y lo propio hizo el conocido ufólogo puertorriqueño Roziuo Lamarche. En un informe sobre su investigación, publicado a la Flying Saucer Review británica, Lamarche escribió: «En el curso de nuestras pesquisas, comprobamos que el señor Adrián es un hombre serio, respetado y muy trabajador, tenido en alta consideración por todos sus vecinos. Es un hombre de negocios, dedicado a la distribución de forrajes en toda la zona noroccidental de la isla. Nunca se había interesado en absoluto en el fenómeno OVNI, ni en temas parecidos. Pero nos dijo: "Ahora creo en estas cosas."» 

El idioma de la huida
Durante la guerra civil de Estados Unidos, un pequeño número de nativos suizos fueron soldados en el Ejército de la Unión. Cuando fueron capturados por los soldados de la Confederación sudista, los soldados suizos de la Unión fueron transportados en tren a un campo de prisioneros de Salisbury, Carolina del Norte. Bajo la guardia de un chico de diecisiete años, llamado Beverley Tucker, los prisioneros planearon la huida, hablando en su idioma nativo para evitar que los detectaran.

Cuando el tren se detuvo en una estación, camino de Salisbury, los prisioneros echaron a correr. Pero, ante su sorpresa, un regimiento confederado los rodeó, con las bayonetas caladas. Por desgracia para los suizos, Tucker hablaba su lengua, por haber ido a la escuela en la misma región de Suiza donde los prisioneros habían nacido y se habían educado.

El juez desaparecido
De 1790 a 1801, John Lansing fue juez del Tribunal Supremo del Estado de Nueva York, y nombrado presidente del mismo en 1798. Veterano de la Revolución Americana, había ocupado una plaza de legislador y también fue alcalde de Albany, así como magistrado del Estado. En 1894, Lansing se jubiló y se mantuvo ocupado con tareas de consultor comercial en el Columbia College, de Nueva York.

El 12 de diciembre de 1829, Lansing se encontraba hospedado en un hotel de Manhattan, tras una reunión con funcionarios del Columbia College. Aquella noche, después de escribir unas cartas, salió a echarlas al correo. Aquel hombre de Estado de setenta y cinco años no fue visto de nuevo ni se oyó nada acerca de él, a pesar de una búsqueda intensiva.

El lago desaparecido
Un pequeño lago ha anidado en las Dolomitas italianas durante centenares de años. Sin embargo, en julio de 1980, aquel calmado y pacífico cuerpo de agua se desvaneció en el aire poco denso, sin dejar atrás más que barro y unos cuantos peces. En un momento dado, la gente había estado pescando y bañándose en el lago. Y al momento siguiente, una gran espiral de agua se alzó en el centro del lago y continuó elevándose hasta que el lago hubo desaparecido por completo. Los ingenieros hidráulicos y los geólogos no han sido capaces de explicar este fenómeno.
El largo viaje a casa
Tanto si la habilidad de los animales para encontrar su casa procede de un sentido superior de orientación como si se debe a un sexto sentido desconocido por la ciencia, esta capacidad en los perros ha sorprendido continuamente a sus mejores amigos. Al menos en tres casos comprobados, los perros han viajado miles de kilómetros, y en muchas ocasiones han encontrado su camino en distancias más cortas.
El perro de Doug Simpson, Nick, por ejemplo, desapareció durante un viaje que realizaron juntos, haciendo camping, en la zona meridional de Arizona, en noviembre de 1979. Simpson pasó dos semanas buscando frenéticamente al perro pastor alemán, pero no lo encontró y volvió a su casa, en Pennsylvania. Cuatro meses más tarde, con heridas todavía sangrantes y desgarrones en la piel, Nick se presentó en la casa de los padres de Simpson, en Selah, Washington. Por lo visto, el perro había cruzado el desierto de Arizona, el Gran Cañón, las traidoras Montañas Rocosas, ríos helados, montes cubiertos de nieve e innumerables carreteras. Cuando llegó al paseo donde estaba aparcado el viejo coche de Simpson, se derrumbó, agotado. La madre de Simpson encontró al perro, que recibió su premio cuando vino su dueño para llevárselo a casa.

Un año más tarde, Jessie, otro perro pastor, vivía en su nueva casa en Aspen, Colorado, donde se encontró cuando su amo, Dexter Gardiner, se trasladó allí desde East Greenwich, Rhode Island. El resto de la familia Gardiner se había quedado allí, lo mismo que el perro de la casa contigua. Jessie, sintiéndose por lo visto abandonado, salió de Aspen y se presentó en la casa de los Gardiner seis meses más tarde, para encontrarse con que sus seres queridos se habían ido de veraneo. Después de una breve estancia en la perrera, fue adoptado por Mrs. Linda Babcock, pero de nuevo marchó hacia su antiguo hogar, que esta vez no estaba tan lejos. Ahora encontró allí a los Gardiner, que le recibieron de buen grado, aunque sorprendidos por su súbita aparición. Una investigación sobre el largo viaje de Jessie, condujo en definitiva a los Gardiner hasta Mrs. Babcock, quien, después de amistosas negociaciones, acabó quedándose con el perro.

Pero el viaje más largo que se conoce para volver a casa fue realizado, en 1923, por Bobbie, un collie que pertenecía a una familia en Walcott, Indiana. Pero seis meses más tarde, volvió a casa, habiendo recorrido una distancia de más de 3.500 kilómetros. Los detalles del viaje del perro fueron más tarde dados por las familias que habían cuidado de él en el camino, que había discurrido a través de Illinois, Iowa, Nebraska, Colorado, Wyoming e Idaho. Bobbie había cruzado las Montañas Rocosas en pleno invierno.

El lazo que une a los hermanos
George y Hart Northey fueron excepcionalmente íntimos durante su infancia y nunca estuvieron separados durante un tiempo demasiado prolongado. Pero cuando George, el mayor de los dos hermanos, se alistó en la Marina, Hart se quedó en su hogar de St. Eglos, Cornualles, Inglaterra, donde se dedicó al negocio familiar.

Una noche, en febrero de 1840, mientras el barco se hallaba anclado en el puerto de St. Helena, George tuvo un sueño extraño y perturbador. En él, de forma vívida se vio a sí mismo al lado de su hermano, trabajando en el mercado de Trebodwina, una ciudad no muy lejos de St. Eglos. Cada detalle, cada acción, fue tan precisa y clara, que George creyó que había viajado kilómetros y kilómetros y que se encontraba en realidad junto a su hermano. Sin embargo, no pudo comunicarse con Hart en el sueño; sólo acompañarle y observarle. 
El sueño de George comenzó con Hart viajando de vuelta a casa con los pedidos del día. Cuando se acercaba al pueblo de Polkerrow, se le aproximaron dos hombres, conocidos por George como notorios cazadores furtivos. Mientras el impotente George alzaba la vista, los dos malhechores robaron a Hart a punta de pistola y luego dispararon mortalmente contra él. Soltando el caballo de Hart, arrastraron el cadáver hasta una cercana corriente de agua. Luego los asesinos eliminaron todas las manchas de sangre en la carretera y ocultaron la pistola en el techo de paja de una choza vacía. Al amanecer, George quedó tan atemorizado que, al día siguiente, al emprender el viaje de regreso a casa desde St. Helena, le atormentaba el que su sueño hubiese sido algo más que una fantasía nocturna.

Mientras tanto, en St. Eglos, la gente del pueblo se hallaba conmocionada por el asesinato de Hart Northey, cuyo cadáver fue descubierto en el riachuelo hasta donde le arrastraron desde la carretera. Dos hermanos llamados Hightwood eran los principales sospechosos. Aunque en un registro en su casa se descubrió ropa con manchas de sangre, las autoridades fueron incapaces de localizar el arma que había matado a Hart. Incluso así, el sentir público era tan fuerte en contra de los Hightwood, que los dos hombres fueron juzgados y condenados a muerte.

George llegó a St. Eglos poco antes de la prevista ejecución de los Hightwood. Tras enterarse de que sus miedos habían sido fundados, el hermano superviviente estaba deseoso de vengar la muerte de Hart. Acudió a la policía y les contó dónde encontrarían el arma asesina. Los desconcertados policías hallaron la pistola exactamente donde George explicó que estaría. Al preguntarle cómo conocía su paradero, George replicó:

-Vi en un sueño ese horrible crimen.

El lúgubre retuécano de Qin Shi-Huang-Di
La gran Muralla de China, construida hace dos mil años, es el objeto individual más grande de la Tierra y es también la única obra hecha por el hombre visible desde el espacio, tal y como señalaron los primeros astronautas.

Con más de 3.500 km de longitud, la Muralla representó un enorme coste en vidas humanas. Pero el malgastar vidas no fue algo que preocupase demasiado al emperador Qin Shi-Huang-Di, cuyo propósito consistía en fortalecer las fronteras del Norte de China. Por orden del emperador, esclavos, prisioneros, campesinos, soldados y, como gesto del desprecio del emperador hacia cualquier conocimiento que pudiera estar en su contra, un gran número de eruditos e historiadores, trabajaron y murieron construyendo la Muralla. A medida que aumentaba el peaje de muertes, se fue pasando una pavorosa profecía a lo largo de la Muralla: 10.000 personas serían enterradas en la Muralla antes de que se acabara.

Cuando el emperador se enteró de aquella profecía, dijo:

-Haremos cumplir al pie de la letra la profecía.

Y añadió que todo el mundo debía dejar de preocuparse y ponerse a trabajar lo más duro posible.

Encontró a un hombre llamado Wan cuyo nombre significaba «diez mil» y lo hizo enterrar dentro de la «Muralla de las diez mil millas», o como se llama en chino, Wan-li Chang-Ching. De este modo, la denominación de la Muralla aún contiene el nombre de Wan, así como el esqueleto de Wan junto con los estimados diez veces diez mil otros esqueletos.

El mamut de los ranúnculos
Parece que los mamuts desaparecieron de la faz de la Tierra hace unos diez mil años, víctimas del cambio de clima ocasionado por la última Edad del Hielo y por las crecientes bandas de cazadores aborígenes que los mataban por su carne, sus colmillos y su piel. Desde comienzos de este siglo, literalmente cientos de sus restos congelados han sido encontrados en las frías tundras de Alaska, Canadá y la Siberia soviética.

Al menos uno de estos hallazgos, en la ribera del río Beresovka, Siberia, amenaza con desmentir la teoría convencional de cómo se extinguieron los mamuts. En posición medio de rodillas y medio de pie, el mamut de Beresovka se hallaba en un estado de conservación casi total. Tan bien congelada estaba su carne que los científicos investigadores se dieron en realidad un banquete con las ijadas del animal. Sin embargo, el hecho más sorprendente fue que se descubrieron ranúnculos en su boca.

Una congelación lenta habría producido cristales de hielo y, en consecuencia, la putrefacción de la carne al deshelarse. Pero el mamut de Beresovka estaba lo bastante conservado para ser comestible sin efectos perniciosos. La temperatura necesaria para conseguir una congelación tan instantánea se calculó en 150 grados Fahrenheit bajo cero, nunca alcanzados en el frigorífico natural del próximo Ártico.

¿Qué pudo producir un tan catastrófico descenso de la temperatura del aire circundante? A falta de un invierno nuclear producido por bombas atómicas, debemos buscar una explicación alternativa. Los incendios forestales y las erupciones volcánicas lanzan también a la atmósfera grandes cantidades de calor y de escombros que nublan el cielo, según han demostrado recientes estudios.

Una teoría sugiere que un terrible terremoto, el más fuerte que se haya producido jamás en la Tierra, desgarró el mundo hace diez mil años. Al producirse a lo largo de la unión de dos placas tectónicas, el temblor ocasionó una enorme expulsión de lava y de gases volcánicos. Estos gases se elevaron a gran altura en la atmósfera y se movieron hacia los polos. Supercongelados, volvieron a caer hacia tierra, perdiendo incluso más calor ambiental en su rápido descenso. Por último pasaron a través del aire más caliente inferior, congelando instantáneamente al mamut de Beresovka y a otros de su clase mientras estaban comiendo flores.

El marinero perdido
Cuando el The Times de Londres patrocinó una competición de barcos alrededor del mundo, programada para comenzar el 31 de octubre de 1968, Donald Crowhurst pensó que la publicidad, por no mencionar el premio en metálico, sería lo ideal para proporcionar a su negocio en baja una buena inyección. Por lo tanto, el empresario de electrónica marina entró en la carrera con su recién construido Teignmouth Electron. Sin embargo, al cabo de dos semanas de viaje, decidió rezagarse en el Atlántico Sur y falsificar sus libros de a bordo. Después, cuando resultó aparente que sólo el Teignmouth Electron y otro navío seguían en la competición, Crowhurst decidió que su única alternativa era dejar que ganase el otro barco. Pero el 21 de mayo de 1969, su único rival se hundió cerca de las Azores.

Destrozado ante el hecho de que la fama que rodearía su victoria revelaría su fraude, Crowhurst pareció volverse loco, como se evidencia por las cada vez más incoherentes e irregulares entradas en el Diario de a bordo y en los mensajes por radio, que cesaron el 30 de junio. Cuando se encontró al Teignmouth Electron a la deriva, el 11 de julio, Crowhurst no se encontraba a bordo. Una teoría sugiere que se arrojó al agua para no tener que enfrentarse a su «pecado de ocultación» como llamaba a su Diario de a bordo.

El meteoro en Forest Hill
La mañana del 8 de diciembre de 1847 fue clara y soleada en Forest Hill, Arkansas. Al finalizar el día, la gente comenzó a debatir la causa de los sucesos ocurridos.

A media tarde de aquel día de principios de invierno, unas abundantes nubes grises se habían acumulado de manera misteriosa, tapando el sol y oscureciendo el cielo. Las nubes parecían encontrarse iluminadas por un «resplandor rojo como compuesto por numerosas antorchas», según relato de uno de los testigos. De repente, se produjo una horrísona explosión. Las viviendas se estremecieron y comenzó a doblar la campana de la iglesia. Luego, un objeto con forma de tonel con un rastro de llamas salió despedido del cielo.

La espantosa bola se estrelló en el suelo cerca de Forest Hill, originando una hendidura que medía más de 60 cm de diámetro y 2,5 m de profundidad. En el fondo del agujero, humeaba una gran roca. En realidad, estaba tan caliente que el agua vertida en el agujero, instantáneamente se condensaba en forma de vapor. Los investigadores se percataron asimismo de que el aire era acre a causa del olor a azufre.

Naturalmente, algunos expertos creyeron que aquella bola caída del cielo era un meteoro, aunque éstos no se sabe que vayan acompañados de una repentina formación nubosa. Según otros, un relámpago tormentoso produjo un rayo que alcanzó el suelo, fundiéndolo en un tipo de roca que se denomina fulgurita. Pero esta explicación no tiene en cuenta el proyectil que los testigos observaron caer del cielo.

El minero conservado
En 1869, unos mineros hallaron en la mina de Fort Smith, Arkansas, el cadáver de un joven, lo que causó un gran alboroto en la comunidad. Rápidamente, una multitud de gente acudió para averiguar de quién se trataba. Cuando los mineros hubieron sacado el cuerpo, que se hallaba perfectamente conservado, una anciana de pelo blanco, deslizándose entre la multitud, se arrojó sobre el cadáver del joven y, sollozando, lanzó un torrente de palabras cariñosas. Ella y el minero muerto se iban a casar al día siguiente de su desaparición, cuarenta años atrás. 
El misterio de los zahoríes
Tradicionalmente, los zahoríes poseen. la habilidad de localizar agua subterránea, pero, en la actualidad, muchos de los practicantes también buscan objetos enterrados. Su instrumento no es otra cosa que una vara bifurcada. Aparte de lo que busquen los zahoríes, este arte probablemente se remonte a los tiempos prehistóricos, si las pinturas en las rocas argelinas constituyen una indicación. Los antiguos egipcios, así como los chinos primitivos, también parecen haberse interesado por este arte. Sin embargo, los relatos escritos sólo se remontan a la Edad Media.

Aunque se conoce poco acerca de cómo funciona, la especulación hace hincapié en dos categorías: física y psíquica. Según los zahoríes, alguna fuerza emana del agua subterránea y de los objetos enterrados que se transmite a la varilla del que practica. Creen que la fuerza puede ser un campo de energía, electromagnetismo o incluso radiación. Pero esto no explica cómo un péndulo oscilante suspendido encima de un mapa puede señalar la localización de un objeto físico enterrado.

El practicar de zahorí con mapas cae más bien en la línea de la explicación psíquica. La teoría es que el zahorí armoniza su mente con la conciencia universal que facilita información la cual origina que, de manera involuntaria, los músculos del zahorí se contraigan. Esta reacción es la que hace vibrar el péndulo, indicando el lugar donde se encontrará el objeto. De hecho, algunos zahoríes alegan que no necesitan ningún instrumento; simplemente «saben» donde se halla el objeto.

En 1951, cuando la «General Motors (GM) Corporation» abrió una gran planta en el semiárido Port Elizabeth, la zona de Sudáfrica estaba sufriendo una grave sequía. La fábrica «GM», al igual que otras grandes instalaciones, necesita una fuente fiable de suministro de agua. Naturalmente, el agua discurre a gran profundidad debajo del suelo, incluso cuando la superficie se halla seca por completo, pero allí no existían manantiales de confianza. Los investigadores científicos que buscaban el agua subálvea no habían tenido éxito.

Dándolo todo por perdido, los desesperados funcionarios de la «GM» probaron recurrir al empleo de un zahorí, y al método nada ortodoxo de la brujería del agua para encontrar el líquido elemento, simplemente, percibiendo su localización debajo de la superficie. El superintendente de la fábrica llamó a C. J. Bekker, un zahorí local, que también daba la circunstancia de estar empleado en la «GM», y que se mostró de acuerdo en prestar su ayuda.

Con los brazos doblados encima del pecho, Bekker recorrió las instalaciones de la planta de la «GM» durante media hora. Luego, de repente, se detuvo y comenzó a temblar de manera incontrolable. Los funcionarios de «GM» encontrarían agua dulce, les dijo Bekker, si cavaban exactamente donde él se hallaba de pie. El zahorí continuó su tarea y encontró dos zonas más.

Aunque marcaron los lugares para una futura referencia, los agentes de la empresa se mostraron escépticos. A fin de convencerse a sí mismo de que debían confiar en Bekker, le vendaron los ojos y le hicieron repetir de nuevo todo el proceso. Sin poder ver mientras caminaba, Bekker regresó a las mismas áreas que había indicado con anterioridad.

La compañía sólo tuvo que perforar en una de las localizaciones de Bekker para encontrar toda el agua que precisaba la enorme instalación.

El misterio de Martin Bormann
Existe mucha especulación en torno al destino de Martin Bormann, ayudante y confidente de Adolf Hitler. Los informes lo sitúan junto a Hitler cuando el Führer y Eva Braun se suicidaron en un búnquer en las afueras de Berlín el 30 de abril de 1945. Después de deshacerse de los cadáveres de acuerdo con las instrucciones del propio Hitler, Bormann se habría ido en un convoy de tanques junto con el resto del personal.

Después de aquella noche, Bormann pasó a ser oficialmente considerado como desaparecido y condenado a muerte en rebeldía por el tribunal de crímenes de guerra de Nuremberg.

Sin embargo, aún corren rumores. Según una teoría muy popular en la época, Bormann fue asesinado en Dinamarca cuando intentaba ponerse en contacto con el sucesor de Hitler, el almirante Karl Doenitz. Otras versiones dicen que huyó a Italia por los Alpes, o a Sudamérica con un submarino. Incluso en 1973 se dijo que había sido visto en un hospital boliviano.

El misterio de Mitchell Flat
Luces fantasmas que se manifiestan año tras año en el mismo sitio, difícilmente pueden considerarse fenómenos aislados. Al menos treinta y cinco de estos lugares son conocidos en los Estados Unidos y Canadá. Pero pocas luces fantasma pueden igualar en interés a las que se dice que se ciernen sobre Mitchell Flat, cerca de la actual población de Marfa, en el oeste de Texas.

Las noticias sobre globos luminosos danzarines sobre el suelo del desierto se remonta al menos a los tiempos de los apaches mescaleros. Uno de los primeros colonos blancos de la zona, Robert Ellison, los vio en 1883 y creyó que eran fogatas indias. Más recientemente, James Dean, mientras filmaba Gigante, en Marfa, en los años cincuenta, mantuvo un telescopio sobre una valla de alambre espinoso, con la esperanza de descubrir aquellas luces.

Actualmente, cuando las condiciones son adecuadas, las luces pueden verse como resplandecientes judías saltarinas mexicanas desde un punto de observación de la autopista 90, a unos doce kilómetros al este de la población. Generalmente danzan a lo lejos, a medio camino entre la autopista y las montañas Chinati, pero en raras ocasiones se acercan lo bastante para ser bien observadas.

Charles Cude, director de una funeraria de San Antonio, estaba aparcado una noche en la orilla de la carretera cuando vio dos luces que parecían las de un automóvil que circulase de Este a Oeste. Mientras pensaba Cude que allí no había otras carreteras, una de las luces se elevó súbitamente.

Pocos momentos después, otra luz pasó entre el coche de Cude y el contiguo, desapareciendo a través del suelo del desierto. Cude dijo que la luz parecía tener entre 45 y 60 centímetros de diámetro. Su superficie le recordó las fotografías de la Tierra tomadas desde el espacio exterior, un globo resplandeciente cubierto de nubes en espiral.

El misterio del castillo de Cawdor
Según la leyenda, el castillo escocés de Cawdor fue el escenario del asesinato del rey Duncan por parte de Macbeth, en 1040. Un relato inmortalizado por William Shakespeare. Pero el castillo resulta interesante por otra razón distinta y más insólita: en su chimenea existe una talla que representa a un zorro fumando una pipa de tabaco y sosteniéndola exactamente como lo haría un fumador normal. La fecha grabada en la piedra es la de 1510. Pero el tabaco lo introdujo en Inglaterra Sir Walter Raleigh, en 1585, setenta y cinco años después de que se grabase al zorro fumador.
El misterio del joyita
Al amanecer del 3 de octubre de 1955, el navío de setenta toneladas Joyita zarpó del puerto de Apia, en Samoa occidental, rumbo a las islas Tokelau, 270 millas náuticas al norte. Fue encontrado 37 días después a 450 millas al oeste de Samoa aunque, misteriosamente, había desaparecido su capitán, la tripulación y los pasajeros. Las provisiones del barco, el Diario de a bordo y los instrumentos tampoco estaban, pero, en cubierta, se encontró un escalpelo médico, un estetoscopio y vendas manchadas de sangre. Delante del puente habían colgado una toldilla de lona.

Una teoría acerca del barco abandonado ha propuesto que el Joyita fue atacado por piratas malayos o por pesqueros japoneses, y su tripulación asaltó al Joyita y asesinó a todos cuantos se encontraban a bordo. Otra posibiliad consiste en que hubiesen sido abordados y secuestrados por extraterrestres. Tal vez la idea más plausible sea que el capitán y un miembro de la tripulación luchasen. El marinero habría caído por la borda y el herido capitán fue curado por uno de los pasajeros, que resultó ser médico. Amenazada por una fuerte tormenta e incapaz de hacer navegar al buque, la tripulación y los pasajeros subieron a los botes de salvamento, tras dejar debajo del toldo al capitán, que se negó a abandonar la nave. Luego el Joyita fue descubierto por unos pescadores que lo saquearon y arrojaron al mar al muerto o moribundo capitán.

Sin embargo, el Joyita no tenía permiso para llevar pasajeros, y tampoco se sabe que hubiera lanchas de salvamento. Aunque poco marinero, el navío, además, llevaba 18 metros cúbicos de corcho en su bodega durante el viaje, lo cual le convertía en inhundible. Por lo tanto, no habría sido necesario que nadie abandonase el buque.

El misterioso asesinato en una habitación cerrada
Cuando la señora Locklan Smith oyó gritos y unos obvios ruidos de lucha que salían de la lavandería de la Quinta Avenida, en la ciudad de Nueva York, llamó a la policía. Sin embargo, cuando llegaron los agentes encontraron el local cerrado a cal y canto -por dentro-, excepción hecha de un abierto tragaluz. Entonces hicieron deslizarse a un muchachito por la ventana, tras lo que pudo gatear y abrirles la puerta.

En el interior, la policía encontró al propietario de la lavandería, Isidore Fink, tendido en el suelo. Le habían disparado dos veces en el pecho y otra en la mano izquierda, con quemaduras de pólvora rodeando los agujeros dejados por las balas. Además, tanto la registradora como los bolsillos de Fink estaban repletos de dinero. Pero el motivo del asesinato de Fink no era el único obvio misterio.

Fink siempre cerraba la puerta de la lavandería cuando trabajaba por las noches. La única forma que había tenido su asesino de entrar era que el mismo Fink le hubiese franqueado la entrada. Pero con la puerta cerrada por dentro, la única salida habría sido el tragaluz por el que incluso un chiquillo tuvo dificultades para introducirse. Y las quemaduras de pólvora indicaban que a Fink le dispararon a quemarropa, haciendo inviable la teoría de que la pistola había sido disparada desde el exterior de la ventana.

Al cabo de dos años de especulaciones, el comisionado de la Policía de Nueva York, Edward Mulrooney, se vio forzado a llegar a la conclusión de que el homicidio de Fink «era un completo misterio».

El misterioso calendario maya
Creado hace más de 5.000 años, el antiguo calendario maya resulta sorprendentemente exacto. Su computerizada complejidad sorprende a los arqueólogos y a los astrónomos: entre otras proezas, los mayas determinaron de manera correcta que el Sol, la Luna y el planeta Venus se encuentran en la misma alineación sólo cada 104 años. De todas las razas antiguas, los mayas llegaron al más cercano reconocimiento de la exacta duración del año solar. Nuestro cálculo actual es de 365,2422 días. Mientras que los mayas, empleando sus propios cálculos e instrumentos a partir de la altura de sus pirámides, llegaron a dar la cifra de 365,2420, con una diferencia de sólo 0,0002 de día, millares de años antes de que cualesquiera otros llegaran tan cerca.

¿Cómo fueron capaces los antiguos mayas de realizar unas observaciones astronómicas tan precisas mucho antes de la invención del telescopio? Según nuestras propias leyendas acerca de la civilización, el calendario fue un don de los «extranjeros del mundo de las estrellas».

El misterioso misil de Lakewood, California
Más de treinta años después del final de la Segunda Guerra Mundial, un misil de aquel período de alguna forma se estrelló contra una casa suburbana en Lakewood, California. La granada de 12 kg cruzó la soleada tarde y cayó en picado en el patio de Fred Simions, aplastando una capa de hormigón y creando un cráter de 1,25 m antes de detenerse.

El grupo local de bombas extrajo el proyectil y declaró que era hueco y que no contenía explosivos. Y, al principio, los investigadores de la Administración Federal de Aviación (FAA) propusieron la teoría de que un bromista había dejado caer el misil desde un avión, con un rumbo de vuelo desde el aeropuerto de Long Beach por encima de Lakewood. Pero luego investigaron las cintas de vuelo para determinar si algún avión había abierto una puerta y arrojado algo afuera. De ser así, los investigadores hubieran oído un silbido en la cinta, pero no encontraron ninguna prueba al respecto.

La oficina del sheriff del Condado de Los Ángeles también emprendió una búsqueda infructuosa. Lo único que fueron capaces de determinar fue que el misil no había sido disparado desde ninguna clase de tubo o cañón.

Careciendo de toda clase de pistas, tanto la FAA como la oficina del sheriff abandonaron la investigación del misterioso misil, admitiendo que no tenía la menor idea de dónde procedía y, probablemente, jamás se sepa lo sucedido